Identificar los semilleros puede ser a veces un buen punto de partida para entender el estado de situación de las cosas. Es un buen ejercicio para hacer, por ejemplo, con el cine argentino más reciente. En 1995, el Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (INCAA) lanzó un concurso de cortos que tituló Historias breves y que se convirtió en una máquina de generar cineastas prometedores. Por allí pasaron los primeros trabajos de Lucrecia Martel, Pablo Trapero, Bruno Stagnaro, Israel Adrián Caetano, Santiago Loza y Daniel Burman, nombres que entre otros le darían forma a una nueva etapa del cine de la vecina orilla, y también estaba entre ellos Paula Hernández, quien, como ellos, sigue haciendo películas y encontrando el camino hasta los cines con historias que, sobre todo en el último tempo, aterrizan en el seno de ese terreno cenagosos y en ocasiones traicionero: las familias.
Hernández, que tiene 54 años y que entre sus títulos se encuentran obras como Lluvia, Un amor y las recientes Los sonámbulos y Las siamesas —ambas recomendadísimas y presentes la primera en Amazon Prime Video, y la segunda en Mubi—, acaba de presentar en el José Ignacio International Film Festival (JIIFF) su última película, El viento que arrasa, una esperada producción que adapta la novela de la escritora entrerriana Selva Almada.
El viento que arrasa —que tiene entre sus protagonistas a un magnético Alfredo Castro, uno de los actores chilenos más destacados del momento— es una coproducción argentina-uruguaya, se filmó enteramente en estas tierras y resulta de la unión de dos potencias narrativas: por un lado, la fuerza de Hernández para meterse en los entresijos de las familias, con todas sus miserias, luces y despojos; por el otro, el universo literario de Almada, compuesto de cielos enormes, espíritus presos del entorno y una violencia arraigada en la piel de sus personajes que escapa a las convenciones. Tras el anuncio de que la película se iba a filmar, resultó lógico la suma de los apellidos.
El viento que arrasa
“Es muy tentador que alguien te diga ‘tengo los derechos de una novela y hay algo que vos venís trabajando en tus últimas películas que puede vincularse con este material'”, explica Hernández a El Observador desde José Ignacio, en donde además de mostrar por primera vez en el país su nueva obra, ejerció como miembro del jurado del festival.
“Es como que te inviten a una fiesta pensando realmente en quién sos y qué te gusta hacer. Eso fue muy atractivo. En ese momento pensé lo que pensás cuando encarás una adaptación, y es qué vuelta personal le podés dar. La novela tal cuál está escrita me parece fantástica como novela, pero no sentía que había una película y había que buscarla.”
La directora está de acuerdo con que el hilo que une a Los sonámbulos y Las siamesas —dos películas que retratan el vínculo entre madres e hijas, aunque de diferentes rangos etarios— también se conecta con El viento que arrasa. Y en algún sentido siente a las tres películas como una trilogía espiritual.
En este caso, su película más reciente sigue los pasos de un reverendo peculiar (Castro) , que recorre los caminos rurales junto a su hija (Almudena González) mientras acumula fieles, sermones y kilómetros. Luego de la enésima performance —no hay otra palabra para lo que este hombre hace desde el púlpito— en el enésimo pueblo perdido en las entrañas del campo, el auto en el que viajan tiene un desperfecto mecánico que los conducirá a conocer a un mecánico y a su hijo, y allí, entre los cuatro, se desenrrollará la madeja de una relación —la del reverendo y su hija— que desde el comienzo tiene un olor extraño.
El viento que arrasa
“La historia trabajaba ciertas cuestiones que tienen que ver con los vínculos, con los universos familiares, con esos mundos un poco cerrados y endogámicos que a mí me atraen, una situación que transcurre más que nada en un espacio principal. Esos elementos me parecían atractivos, sumado a la religión y el mundo rural, que eran cosas nuevas para mí y también me parecía interesante plegarme a eso”, cuenta Hernández.
“Obviamente, cuando una lo está haciendo no piensa en eso, pero si lo mirás en perspectiva creo que las tres películas hablan de esos padres y madres ausentes y presentes, de como sus miradas y formas de ver el mundo incidieron, marcaron o dejaron huella en esos hijos, tanto en una adulta, como puede ser el personaje de Las siamesas, como una adolescente que recibe toda la cuestión familiar, como en Los sonámbulos o El viento que arrasa. Se repite esta situación de los hijos intentando abrirse camino en el universo de sus padres.”
El viento que arrasa
Trabajar el material ajeno
El viento que arrasa se filmó durante siete semanas en el Montevideo rural y en otros parajes del interior del país, y como buena road movie se aferró de la carretera para extraer y expandir el conflicto de sus personajes, que transpiran y viven de manera nómade. En ese sentido, la película se despega en varios momentos de la novela de Almada, y sobre el final toma decisiones que la convierten en una obra por sí misma. Eso es algo que Hernández, cuando se encuentra en un proceso de adaptación, siempre intenta hacer: encontrar una ruta propia.
“Siempre hay un motor principal, que es que en ese material base hay algo que me resuena y me convoca. No es que cualquier libro que uno lee, por más maravilloso que sea, puede tener una película dentro. Pero me pareció que en mis tres casos (Un amor, Las siamesas y El viento que arrasa) eran situaciones que dialogaban con preguntas que me hago, en este caso sobre los vínculos familiares. Al principio buscás desde dónde contarla, el punto de vista, qué motiva a los personajes, y quizás en los primeros trabajos de adaptación estaba más agarrada al texto original. Después, me parece que hay que encontrar la forma de traicionar en el buen sentido al material original para que empiece a aparecer el universo propio”, asegura.
El viento que arrasa se sumará con su estreno —está previsto para argentina a fines de marzo y en Uruguay para algún momento de abril o mayo— a una lista extensa de adaptaciones recientes de obras literarias latinoamericanas. Entre esos títulos están Temporada de huracanes, Distancia de rescate, Elena sabe, pero próximamente también llegarán Las cosas que perdimos en el fuego, Tesis sobre una domesticación, Cometierra y Matate, amor. No es un fenómeno nuevo, claro, pero es una seguidilla que llama la atención.
El viento que arrasa
“Creo que es coincidente que haya, en este momento, una relación estrecha entre cierta literatura y cierto tipo de cine, pero me parece que son olas”, apunta la directora argentina. “Son momentos en que eso pasa al primer plano y luego desaparece. La relación entre la literatura y el cine existe desde los orígenes de la narración.”
La defensa del cine
El cine argentino —o mejor dicho: las industrias culturales argentinas— vive un momento bisagra: los actores del sector están expectantes ante lo que suceda con la denominada Ley ómnibus promulgada por el gobierno de Javier Milei, que en el caso de ese rubro apunta a desmantelar económicamente al INCAA, un ente que financia parcial o totalmente buena parte de las películas de ese país a partir de un sistema propio de autofinanciamiento. Es por eso que en las últimas semanas han sido varios los representantes —entre ellos directores de prestigio como Santiago Mitre y la mencionada Lucrecia Martel, o productores de peso internacional, como Axel Kuschevatzky— que han tomado la palabra en el Congreso para mostrar las cifras, los resultados y la importancia de la buena salud de una industria que puede cambiar drásticamente si la ley se aprueba.
Hernández presentó su película en el JIIFF
“Lo estamos viviendo todos con mucha inquietud y preocupación. Hay un gran desconocimiento y un gran prejuicio sobre cómo se produce cine y lo que implica el INCAA y la ley de Cine. Creo que el proyecto que está presentado de la ley Ómnibus tiene un gran desconocimiento. Por supuesto, hay muchas cuestiones que uno puede pensar y seguir repensando sobre la corrupción (en los manejos de los fondos) o la dimensión del Instituto de Cine, hay un montón de cosas del entramado más fino que me parece que está muy bien repensarlas, pero eso de ninguna manera avala lo que se está diciendo no solo sobre el cine, sino sobre el manejo de la cultura. Es una tristeza enorme y al mismo tiempo da mucha bronca sentir que uno tiene que seguir dando batallas que ya fueron dadas. Hoy por hoy, en la Argentina no existe la producción de cine si no hay un ente estatal como el INCAA. Uno no hace una película solo con el dinero del INCAA, pero sí te da la posibilidad de abrir mercados, armar coproducciones, se pueden seguir generando divisas, se genera trabajo”, explica.
“Además, fue un año de taquilla, de reconocimiento, de espacio en los mercados, de espacios en los festivales. El cine argentino tiene un lugar de privilegio en el mundo y realmente es una brutalidad enorme no poder verlo. No sabemos que puede surgir, pero creo que tenemos que salir a defender lo que costó tanto lograr. Hay que sentarse a conversar, pero si del otro lado hay una actitud de hacerlo y no de tomar decisiones autoritariamente. Es realmente preocupante, pero en eso estamos, batallándola.”