Esta nota fue publicada originalmente el 1° de mayo de 2021, y se vuelve a republicar hoy luego que Gregorio Pérez anunciara el final de su carrera como entrenador.
“¡Nelson, andá a ayudar a tu padre a ordeñar las vacas!”, le pidió doña Julia, su madre.
¿Cómo puede ser que si hablamos de Gregorio Pérez, su mamá lo llamara Nelson?
Es que cuando su padre, también llamado Gregorio, lo fue a anotar en el registro civil, le quiso poner Nelson, pero el oficial que lo atendió entendió Elso. Así le quedó de segundo nombre, pero todos en su pueblo, allá en lo que era la vieja Estación La Sierra, hoy pueblo Gregorio Aznárez, lo conocen como Nelson.
Aquel niño que creció con su hermana mayor, concurría a la Escuela 17 del mismo pueblo, ayudaba a su padre en la casa con algunas tareas. Tenían vacas, cerdos, hacían la quinta. Criado en un hogar humilde en el que nunca faltó nada, le dieron una gran educación.
Leonardo Carreño
Gregorio Pérez en la actualidad: una vida llena de fútbol
Gregorio acompañaba a papá Gregorio a ordeñar la vaca, a veces a pedido de su madre, y otras, por iniciativa propia y tomaba leche al pie de la vaca.
A principios del siglo pasado llegaba el ferrocarril al pueblo. Se plantaba remolacha de batata para elaborar el azúcar y la industria se llamaba Rausa. Casi todo el pueblo trabajaba allí.
Y en el equipo de Rausa comenzó a jugar Gregorio Pérez, de volante.
En su carrera de jugador no solo ascendió con Wanderers, sino que jugó en Cerro, Central, Bella Vista con el Maestro Tabárez, rompió la historia siendo campeón uruguayo con Defensor en 1976, y dos campeones del mundo, Óscar Omar Míguez y Julio Pérez, se lo recomendaron a Alberto Spencer para que defendiera a Universidad Católica de Ecuador. También se probó en el Peñarol de Dino Sani y compartió 31 días de prácticas en Los Aromos desde mediados de enero hasta mediados de febrero de 1979 con Fernando Morena, el Indio Olivera, Venancio Ramos, Ruben Paz, entre otros. Pero no se pudo quedar porque no quedaban cupos. Iba y venía en la Onda todos los días.
Cuando era jugador y cobraba salteado, trabajó cargando reses en un frigorífico desde las 9 de la noche a las 5 de la mañana y también vendía libros casa por casa. Luego, cuando empezó a ser técnico, en el lapso que no tenía equipo, cargaba cajones en el mercado de frutas y verduras a las 5 de la mañana y trabajaba en una automotora.
El grito de gol en la boca, en uno de sus primeros clásicos en Peñarol
Llegó a Montevideo en 1972 a probarse en Wanderers y casi se vuelve para sus pagos. “Era una época muy difícil, con todas las dificultades por la guerrilla, paros de transporte, huelgas, disturbios y estuve a punto de irme. Estábamos en pleno torneo de la B con Wanderers, y un amigo, Raúl Ferreira, me paró y me dijo: ‘¿Estás loco vos? Sos profesional, no te vayas, aprovechá, quedate’, y me quedé. Seguimos en contacto hasta hoy”, recordó Gregorio en diálogo con Referí.
Como toda su vida y pese a la pandemia, sale a correr con tapabocas todos los días. Hace 9 km en unos 80 minutos. “Converso solo, pateo piedras, hago de todo un poco”.
Leonardo Carreño
Fuera del fútbol, al no cobrar en fecha en otras épocas, debió trabajar de todo para solventar los gastos de su familia
Pero llegar a Wanderers no fue sencillo, como nada en la vida. Alfredo Trías lo trajo a Montevideo cuando estaba en la selección de Maldonado. Por la pasión que tuvo y tiene por el fútbol y aquellos deseos de llegar al profesionalismo, lo hizo. Practicó a prueba y Luis Borghini era el técnico, Mateo Giri el presidente, entrenó en el Viera y lo quedaron en contratarlo.
“Yo trabajaba en la fábrica y vivía con mi mamá y mi hermana. Mi papá había fallecido hacía poco. Hice una práctica con Platense y quedaron de llamarme y tras 10 días, no me llamaron. Un domingo jugaban un amistoso Wanderers y Huracán Buceo. Le dije una mentira piadosa a mi madre, que viajaba a la capital porque me habían llamado. Llegué a la Onda (en la Plaza Cagancha) y le pedí a un primo que me fuera a buscar porque no conocía Montevideo. Me llevó a su casa. ‘¿Estás loco? ¿Cómo viniste si no te llamaron?’, le dijo el primo. Y Gregorio le contestó: ‘Mañana juegan y quiero ver si me van a probar o no’. Al otro día me fui al Viera, los iba a esperar y preguntarles. Fui y el Viera estaba cerrado. De a poquito empezó a llegar gente. Me vio Borghini y me preguntó: ‘Gaucho, ¿qué hace acá?’. Le contesté: ‘No me llamaron y vine a ver qué pasaba’. El DT siguió el diálogo: ‘Tengo determinado el plantel que va a jugar este partido muy importante que define el cuadrangular’. Giri habló conmigo y me vieron con una tristeza bárbara”, recuerda.
Gregorio Pérez con Defensor de 1976, campeón uruguayo; es el primero de los parados desde la izquierda
Una hora antes del partido, Borghini le pidió que me vistiera para ser suplente. “Por lo menos estaba contento”, dice. Terminó el primer tiempo perdiendo 1-0 y Gregorio estaba en un rincón del vestuario. El técnico se dio vuelta y le dijo: ‘Prepárese gaucho que va a entrar usted’. Me fue bien en ese segundo tiempo y me contrataron. Si no hubiera ido ahí aquel domingo, quién sabe si habría jugado al fútbol y lo que hubiera sido mi futuro”.
En 1975, ya jugando en Cerro, se demoraba mucho en cobrar, y era el sustento que tenía para mantenerse y enviarle dinero a su madre. Entonces trabajó “dos meses en el frigorífico de noche cargando reses de ganado de las cámaras de frío de los camiones brasileños desde las 9 de la noche a las 5 de la mañana”.
Después, había un dirigente en Cerro, Habermehl, quien tenía una librería y vendió libros. “Le voy a estar agradecido toda la vida. Eran años difíciles, hice de todo un poco. Salía a vender enciclopedias por los barrios”.
Entonces, de cargar reses y vender libros, llegó el inolvidable 1976 cuando fue campeón uruguayo con Defensor. Cuando la historia se destrozó.
Esteban Gesto, Gregorio Pérez y el Maestro Tabárez previo al Mundial de 1990
Con él se pasaron desde Cerro, Líber Arispe y José Gervasio Gómez. Pero una vez más, hubo escollos en el camino. Pese a que ya tenía una trayectoria, estuvo 59 días entrenando en los violetas, pero a prueba, hasta que lo contrataron. “Fue un esfuerzo muy grande, ayudado por un primo hermano, Waldemar y su esposa Zulma, vivía en su casa. El profe (José Ricardo) De León se decidió. Tuve la suerte de participar de ese plantel y un técnico que no hay palabras para sumar más elogios, con el profesor César Santos que nos ayudó mucho, un adelantado para la época. Inolvidable. Un grupo que se mantuvo muy unido, hasta el día de hoy”, explica.
Su rendimiento en la cancha le seguía dando buenas noticias. En 1978, dos campeones del mundo de Maracaná 1950, Óscar Omar Míguez, y Julio Pérez, lo recomendaron a Alberto Spencer, quien entonces dirigía a Universidad Católica de Ecuador. “Hacía mediocampo con Ramón Silva y me quedé seis meses. Spencer era un gran tipo, Después mantuvimos la amistad. Una extraordinaria persona. Para mí, que era hincha, caminar con él en Ecuador te podrás imaginar lo que significaba. Mis ídolos más grandes, fueron los de Peñarol del 60 y llegué a tener amistad con todos, con algunos más que con otros. Trabajé con Chiquito Mazurkiewicz en Peñarol, Tito Goncálves en Las Acacias, y ahora sigo con Luis Maidana, Pablo Forlán. Eso fue un antes y un después”.
Leonardo Carreño
Gregorio dice que va a seguir dirigiendo en el fútbol porque la llama “sigue viva”
Llegó la oportunidad de jugar en un grande y entrenó en el Peñarol de Dino Sani. “Entrené 31 días, pero no pude quedar. Se hubiera dado la posibilidad si Gustavo Dittman se iba para Liga de Quito, pero no se dio. Estaban Venancio (Ramos), Ruben Paz, el Indio Olivera, Custodio, Fossati, Morena, Lorenzo Unanue. El que me mimaba era Jorge Delgado -que era utilero, padre del otro Jorge Delgado que luego trabajó de utilero estando Gregorio como técnico del quinquenio-. Siempre me alentaba. Una época bárbara. Viajaba en la Onda desde mi pueblo y volvía en el día”, cuenta.
En 1980 tuvo un problema de circulación en una pierna y con 32 años tuvo que dejar de jugar. A principios de 1981 entrenaba al equipo del Banco Pan de Azúcar en los torneos bancarios que eran muy populares entonces. “Fueron mis primeros pasos como técnico y me pagaban viáticos. En el Banco Montevideo jugaba Jorge Manicera, y había una cantidad de exjugadores que trabajaban en bancos”, explica Gregorio.
Un año después empezó con Ildo Maneiro a dirigir en Progreso en un interinato. Luego lo hizo en Basáñez, la Tercera y después la Primera de Defensor.
Una dupla ganadora: Bengoechea y Gregorio; campeones en Wanderers y en Peñarol; también estuvieron juntos en Gimnasia y Esgrima La Plata de Argentina
Con su amigo Maneiro estuvo posteriormente “34 días en Nacional. Tenemos una muy buena amistad, porque jugamos juntos en Progreso e hicimos el curso de entrenador juntos. Me fue a buscar a la automotora de Eduardo Abulafia, en la que trabajaba vendiendo algún autito. Cuando estuve en Nacional, al mismo tiempo manejaba un reparto de cigarrillos que era de Maneiro y del Cacho Blanco”.
Ya se había venido para la capital con la familia formada, cuando comenzó de técnico. Pero cuando no tenía equipo para dirigir, trabajaba en la automotora y a veces de sereno en estaciones de servicio.
También cargaba cajones en el mercado de frutas y verduras “cuando tocaba la campana a las 5 de la mañana, hacía esas changuitas. Siempre me las rebuscaba, no fueron fáciles los comienzos. Ahí lo hacía ya para ayudar a mi familia porque tenía dos hijos, pagando alquiler en Montevideo. No fueron fáciles los comienzos. Lógicamente con ayuda y respaldo de la familia”.
Gregorio Pérez, ídolo del hincha de Peñarol
El fútbol lo llevó luego a dirigir a Rampla, Central, con el que fue campeón de la Copa Montevideo, la que se le daba a los clubes que terminaban terceros en el Uruguayo por detrás de los grandes, y eliminaron a Nacional de la Libertadores.
Llegó a Wanderers recomendado por el Maestro Tabárez y por Daniel Pastorini y el Dr. Nin, y fue campeón del Torneo Competencia y de la Liguilla -eliminando a Nacional, otra vez- con un gol de Di Pascua.
En el equipo estaban entre otros Celso Otero, Mario Rebollo, Gonzalo Díaz, Sergio González, Gonzalo Madrid, Delgado, Enrique Peña, Berger, Di Pascua, Walter Pelletti, Pablo Bengoechea, Báez, Luis Noé, Yáñez. “Era un cuadrazo”, recuerda. Cinco de esos jugadores integraron el plantel de Uruguay campeón de América 1987: Peña, Bengoechea, Gonzalo Díaz, Báez y Pelletti.
Tras dirigir la selección sub 19 de Uruguay en 1988, nombraron al Maestro Tabárez como técnico de la mayor. “Me llamó para ver si lo quería acompañar y mientras él no podía venir porque estaba en Cali, comencé los trabajos en el Charrúa con el Bocha Barreriro y Julio González Montemurro”.
Leonardo Carreño
El presente de Gregorio Pérez lo encuentra “muy feliz”
Entonces comenzó otro período de aprendizaje. Porque jugaron varios amistosos en América, en Europa, se perdió la Copa América 89 en la final con Brasil, y se clasificó al Mundial de Italia 90.
“Tuvimos esa linda experiencia. En la gira previa al Mundial, le ganamos a Inglaterra en Wembley, empatamos 3-3 con Alemania. La expectativa que generó eso fue tremenda. La prensa nos daba como uno de los finalistas o protagonistas. Después, lamentablemente, no se dio”.
Luego del Mundial 1990, pasó a Gimnasia y Esgrima La Plata de Argentina. “El fútbol argentino era una potencia en aquel momento, era la época del uno por uno entre el peso y el dólar y no se iba ningún jugador al exterior. Los equipos eran grandes de verdad. Primero fue Tabárez a Boca y luego yo a Gimnasia”, recuerda.
¿Y cómo fue enfrentar a Boca de Tabárez? “La satisfacción que realmente teníamos de ser partícipes de un fútbol tan importante y el reencuentro, te podés imaginar, hacía dos años que trabajábamos juntos. Era parte del crecimiento. Después el maestro dio el salto grande a Europa”.
Dos viejos amigos: Gregorio Pérez y el Maestro Tabárez
Y añade: “Hasta el día de hoy seguimos en comunicación con el Maestro. (Alberto) Pan (el médico de la selección) dio los primeros pasos en Wanderers cuando yo empecé ahí, y sigo la amistad con ellos”. A Celso Otero y a Mario Rebollo los tuvo como jugador, así que trabajó en distintas épocas con todo el cuerpo técnico celeste.
Venía de una buena campaña en Gimnasia y Esgrima La Plata cuando José Pedro Damiani asumió como presidente de Peñarol. El contador ya había hablado algo en el Mundial de 1990 en una cena que tuvo con él. “En aquel momento, Paco Casal le habló de mi campaña, pero entonces, todo quedó todo ahí”.
“Después llevaron a Menotti y en 1993 me llamó a mi casa, y fue una alegría bárbara. Primero, fue Jorge Pasculli a hablar a mi casa porque trabajaba con él en las elecciones. Fue un puntal muy grande en esa decisión. Luego de mi paso por Argentina, fue un sueño cumplido, lo que no pude hacer como jugador”, dice.
Del quinquenio logrado en Peñarol se puede decir que está todo escrito. “Fueron años inolvidables. El comienzo en 1993 y el último torneo en 1997, fueron los más complicados. Armar el plantel en 1993 con unas dificultades económicas muy profundas, fue muy complicado. Si no hubiera sido por Damiani, no sé que hubiera pasado, porque Peñarol estaba muy endeudado, fundido, y el hombre lo sacó adelante. Debutaron 14 jugadores de inferiores desde 1993 a 1995”.
Leonardo Carreño
Su vida entera la dedicó al fútbol, aunque debió trabajar
En 1996, su éxito en Peñarol lo llevó primero a Independiente, con el que ganó la Copa de Oro de los grandes en Mar del Plata ganándole a Boca de Maradona y Caniggia con los uruguayos Gabriel “Gurí” Álvez y Diego Dorta en el rojo. Después llegó la oportunidad de dirigir a Cagliari de Italia. “Fue una experiencia muy buena, linda, pero corta”, sostiene.
No cambió la credencial porque le gusta seguir yendo a votar a su escuela, allá por sus pagos, sentir el olor de aquellas aulas que se mantienen enhiestas junto a los recuerdos vívidos de la niñez.
“Nadie es perfecto. Uno tiene una forma de ser que le enseñaron sus maestros, que primero fueron nuestros padres, a conducirnos del lado del respeto, de ser solidarios, no ser contestatarios. Nunca me vas a ver públicamente decir algo malo contra alguien, lo que no quiere decir que en algún momento me haya callado. Soy un hombre feliz, hoy disfruto más que nunca, porque tuve la fortuna de vivir una vida espectacular. Hay mucha gente con más condiciones que yo, que hizo el mismo sacrificio o más, y no tuvo la suerte que tuve yo. A veces no encuentro las palabras, pero es una tranquilidad para mi conciencia, porque atrás de eso vienen los hijos y los nietos, y está bueno que mis hijos y mis nietos no se vean señalados por su padre o por su abuelo”, resume.
Sus hijos son Martín y Lorena, y sus nietos son Juan, el mayor, de 13 años, Agustina, Conrado, Tomás y Cayetano, de 14 meses.
“¿Cómo me gustaría que me recordaran? Como el que soy, un hombre simple, de lucha, de trabajo, de respeto, de ser solidario. Nada más. Y voy a seguir en el fútbol, la llama está viva. Si Dios quiere”, añadió.