Y un día se le dio. Este domingo, Christopher Nolan cumplió con los pronósticos que aventuraban su ingreso al círculo de los ganadores del Oscar y se quedó con la estatuilla a Mejor dirección por su trabajo en Oppenheimer. El Oscar, cuya posibilidad de ganarlo lo rodeó desde que logró su primera nominación con el guion de Memento en 2002, finalmente le llega con uno de sus proyectos más ambiciosos, y que alcanza con la película que lo rescató tras el mayor fracaso de su carrera.
A Nolan se lo puede querer (muchos lo hacen), se lo puede odiar (muchos lo hacen), pero lo que no se puede discutir es que el hombre logra meterse en la conversación con cada nueva película que estrena. A lo largo de su obra, sus producciones llegaron al cine rodeadas de “barullo”, expectativas, debates y entusiasmo, y cada una de ellas, sea el resultado artístico muy bueno o pésimo (ha tenido de los dos), se han colado entre los estrenos más esperados de sus años.
Oppenheimer no fue la excepción.
A caballo del Barbenheimer, esa coincidencia en las fechas de estreno que en julio de 2023 la emparejó con la Barbie de Greta Gerwig, la película se convirtió en un paquidermo del márketing cinematográfico y se incorporó con éxito a la filmografía del cineasta inglés de 53 años. Alguien muy resistido y alabado, que se equivocó y triunfó.
La carrera de Nolan comenzó con Following, un largometraje estrenado en 1998, que fue rodado en blanco y negro, con un presupuesto bajísimo y una premisa relativamente sencilla para lo que luego Nolan acostumbraría a presentar en sus películas. Sin la perfección técnica y la ambición narrativa de la que luego haría gala, Nolan muestra en Following un primer amague de las muchas obsesiones que luego plasmaría en otras películas.
Enseguida llegó Memento, la obra que pondría su nombre en el mapa del cine incipiente de principios de siglo. Su estructura temporal resultó singular, capturó la atención de la crítica y le dio su primera nominación al Oscar. Con Guy Pierce, Memento se transformó en un título destacado del 2000 y le permitió a Nolan acceder a presupuestos más abultados, algo que se evidenció en Noches blancas, un thriller que estrenó en 2002 con Al Pacino y Robin Williams.
El salto al primer escaparate de Hollywood llegó, sin embargo, tres años después, cuando se puso al hombro la recuperación y modernización del justiciero de Ciudad Gótica: Batman.
Nolan fue el encargado de generar la mejor trilogía del superhéroe en la pantalla grande. Con Batman Inicia, El caballero de la noche y El caballero de la noche asciende, el británico consolidó su estilo al tiempo que le dio aire y humanidad a un héroe que moldeó bajo los preceptos del Estados Unidos post 9/11. En el meridiano de la trilogía, además, se encontró con uno de los mejores villanos que ha dado el cine en toda su historia: el Joker de Heath Ledger.
Entre las Batman, Nolan siguió mostrándose como un autor popular y capaz de orquestar grandes espectáculos cargados de estrellas y sentido, y ahí están los éxitos de El origen (2010) e Interestelar (2014). También El gran truco (2006), una de sus películas más subvaloradas.
Cerca del Oscar, cerca del fracaso
En 2017, Nolan estrenó Dunkerque y se acercó como nunca al Oscar. Ya había sido nominado por los guiones de Memento y El origen —y esta última también quedó seleccionada entre las candidatas a Mejor película—, pero este relato bélico lo llevó al quinteto de los mejores directores del año. No tuvo suerte: el premio fue para Guillermo del Toro por La forma del agua.
En Dunkerque, Nolan decidió apartarse del choque y la acción más tradicional del género bélico para relatar, con su mirada, la operación Dynamo de 1940, que implicó el rescate en barcos civiles y militares de más de 300 mil soldados británicos en las costas francesas homónimas al título de la película, donde estaban acorralados por los nazis durante los primeros compases de la segunda guerra mundial.
Tremendamente épica, con un relato que superpone los hechos en tierra, mar y aire durante una semana, un día y una hora, Dunkerque mantiene al espectador atornillado al asiento durante sus 106 intensísimos minutos y funciona como un reloj bien calibrado. Ataques en la playa, rescates en el mar, enfrentamientos aéreos y uno de los montajes finales más poderosos de los últimos tiempos —ese donde los soldados, ya en tierra segura, leen el icónico discurso de Churchill Lucharemos en las playas— marcan el cierre de la mejor película del inglés.
El éxito ascendente, sin embargo, se dio de bruces contra un muro: la pandemia, una serie de declaraciones que lo enemistaron con Warner Bros, su estudio y hogar desde la primera película de Batman, y su siguiente película, Tenet, no hizo más que echar leña al fuego. Fue apaleada por la crítica y el público que, aplacado por las cuarentenas, no respondió demasiado ante una película que costó mucho dinero. Dinero que no se recuperó.
Pero Nolan se sobrepuso. Tomó la complicada historia de vida de Robert J. Oppenheimer y apuntó a la cima otra vez. El Oscar 2024 dejó claro que, pasiones al margen, es uno de los jugadores claves del cine actual. Por odio o por amor, su nombre arrastra a las masas, genera conversaciones y sobre todo implica apuestas gigantescas como las de Oppenheimer, una película destinada a perdurar.