El éxito de La sociedad de la nieve, la película del español Juan Antonio Bayona que retrata la Tragedia de los Andes y que se puede ver actualmente en cines y Netflix, ha puesto a los sobrevivientes del accidente de 1972 al frente otra vez.

Tanto aquellos cuyas apariciones públicas eran más frecuentes en los últimos años —Fernando Parrado, Roberto Canessa, Carlos Páez—, como los que permanecieron más a la sombra, han sido entrevistados en Uruguay y en el resto del mundo donde la película también ha explotado, y en ese sentido uno de los últimos intercambios es el que tuvo el conductor español Jordi Évole y los tres primos Strauch: Adolfo y Eduardo Strauch Urioste, y Daniel Fernández Strauch.

Los Strauch, además de haber logrado sobrevivir junto a los otros 13 que volvieron, tienen la particularidad de que fueron aquellos que se encargaron de uno de los trabajos más complicados en la montaña, y lo que prolongó luego el mito de la tragedia: preparar los cuerpos para que ellos y sus compañeros pudieran alimentarse de la carne de los muertos y así lograr sobrevivir.

Y ese tema fue uno de los que ocupó buena parte del programa de Évole, que se emitió el pasado domingo en el canal español La Sexta, y que tuvo a los Strauch revelando como pocas veces el método que emplearon para alimentarse de los cuerpos de sus amigos, de los que solo ellos conocían la identidad para preservar a sus compañeros.

“Era una angustia. ¿Qué había que hacer? Era asqueroso lo que había que hacer. Y esa noche me quedé con esa idea repugnante, y le dije a Danielito ‘che, yo estoy pensando que vamos a tener que comer los cuerpos’. Y el me dice ‘yo estuve pensando lo mismo’. Teníamos que romper el tabú: o comemos los cuerpos o nos vamos a morir de a poquito. Esa fue la noche del quinto día”, comenzó Adolfo Strauch.

“Es un tema muy feo para el pariente del muerto, así que lo tratamos de hablar con delicadeza”, agregó.

 Luego, los sobrevivientes comenzaron a relatar cómo cortaban la carne y como fue que se convirtieron en los encargados de hacerlo. “Salí del fuselaje con un pedazo de vidrio, agarré un cuerpo boca abajo, sin saber de quién era, se cortó el vaquero, se cortó el cachete de la nalga y se probó. Para quitarle importancia y darle valor al resto dije ‘esto es como jamón crudo sin sal’, pero no tenía gusto a nada”, relató Adolfo.

“A los pocos días era como comer pollo y no teníamos ningún problema, la mente se bloqueó porque si no hubiésemos enloquecido”, sumó su hermano Eduardo.

“Para animar a los que no habían comido agarramos un cajón de Coca Cola, las maderas que había, prendimos fuego, un pedazo de chapa y algunos trozos de carne se hicieron a la plancha. Así todos comieron un churrasquito”, explicó luego uno de ellos para contar como convencieron a los que habían preferido no comer.

“A mí un solo padre me dijo si podía ir a buscar a su hijo o no; finalmente fue y lo encontró. Me estaba diciendo es ‘¿a mi hijo se lo comieron o lo puedo ir a buscar?’. Y yo sabía que el cuerpo estaba entero”, sumó Daniel Fernández Strauch.

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