Son las 10 de la mañana del Jueves Santo y en el barrio Casavalle hay menos movimiento que de costumbre. Algunos jóvenes, pocos, entran y salen de Tacurú, la organización social cristiana salesiana que trabaja en la zona y que, para buena parte de los mortales, es reconocible por la labor de algunos de esos jóvenes que barren las calles de Montevideo.
Uno de ellos era Johann Delgado. El joven de 20 años fue asesinado (al igual que su padre) por su hermano el pasado lunes en Plácido Ellauri, un autodenominado barrio dentro del barrio Casavalle. Johann era parte del programa de Acompañamiento Laboral de Tacurú, que brinda sin requisitos excluyentes oportunidades de trabajo y educación a jóvenes de entre 18 y 29 años de la zona.
Pero Tacurú es más que eso. El movimiento trabaja con 1.300 personas, tiene un centro CAIF, una escuela de oficios en Marconi, y además de jóvenes adultos también actúa con clubes de niños, centros juveniles y cuenta con equipos territoriales de Atención Familiar (ETAF).
Para Alejandro López Solé, coordinador del área socioeducativa del centro, Juan Diego Graña, coordinador de los Proyectos Educativos Laborales, y Sebastián Andión, coordinador de Comunicación, existe un aumento de la “violencia en general” que afecta a los jóvenes, a sus familias, al entorno que los rodea.
En el centro han visto distintos tipos de violencia que a veces terminan con muertes como la de Johann, en las que Tacurú busca “contener los daños”, procesar la muerte y el duelo, mientras a su vez trabajan para prevenir que tragedias de este tipo vuelvan a ocurrir.
El liderazgo de Johann
Tacurú
Algunos jóvenes de Tacurú también trabajan en la construcción de casas
El proyecto de Acompañamiento Laboral de Tacurú comenzó hace 30 años en un convenio entre el organismo y la Intendencia de Montevideo, en ese entonces con Tabaré Vázquez a la cabeza. Los 250 jóvenes que forman parte trabajan en tareas relacionadas al medioambiente como barrido de calles, limpieza de residuos, y además reciben un acompañamiento de trabajadores y técnicos de Tacurú, así como también cursos educativos y sociales.
Los jóvenes se reparten por distintos barrios de los municipios A, C y CH con sus trajes de color naranja y azul, por los que son reconocidos por la población. De ahí que lo coordinadores admitan que Tacurú es, para buena parte de los mortales, sinónimo “de los que barren”.
“No importa que nos asocien. El trabajo es importante, falta trabajo para los jóvenes”, expresó el coordinador del área socioeducativa, quien cree que el proyecto busca promover la “integración social” y “superar la exclusión”.
Tanto Graña como López Solé explicaron que la idea es “trabajar con la vida de los jóvenes”. Muchos de ellos “llegan en un punto cero”, algunos sin nunca haber trabajado. En Tacurú buscan que adquieran “habilidades” para el mundo del trabajo, pero también ven como historias de “éxito” aquellas personas que retomaron su educación, que se volvieron a unir a su familia o que “salieron del círculo de violencia” en el que estaban. “La mayor parte de nuestra experiencia son éxitos”, remarcó López Solé.
Hace un mes y medio, uno de los tantos jóvenes que entró al programa fue Johann. Según López, el joven estaba construyendo su casa arriba de la de su padre y estudiaba en ciclo básico del liceo, para lo que también iba al apoyo educativo que brinda Tacurú.
“Tenía una perspectiva de vida”, destacó el trabajador social. Para Andion, casos como el de Delgado desmienten el “prejuicio” que a veces se tiene de los jóvenes de estos barrios. “Hay muchos que no andan en nada raro”, declaró.
Johann trabajaba junto a otros 14 compañeros en la limpieza de Unidad Misiones, un pequeño barrio entre Unidad Casavalle y Plácido Ellauri. Los coordinadores destacaron su “impronta de persona alegre”, su cercanía, su humor, y su inteligencia.
Los integrantes del programa que destacan por su liderazgo pueden pasar a encabezar los distintos grupos de trabajo que Tacurú tiene por todo Montevideo, algo que, destacó Graña, sucede en varios equipos. A pesar de su corta estadía, los coordinadores ya veían “liderando” a Johann.
La muerte y el duelo
Joaquín Pisa
Instalaciones del edificio central del Movimiento Tacurú
El pasado lunes, Johann y su padre fueron asesinados por su hermano de 15 años en su casa de Plácido Ellauri. La muerte del joven caló hondo en Tacurú: “Son situaciones drásticas, nos corren del eje”, lamentó Graña. “Nos preparamos para trabajar por la vida, y la muerte viene a trancar ese proceso”.
Tras la tragedia, la organización acompañó al grupo en el que trabajaba el joven y generó una charla, una “especie de ritual” para recordar a Johann. Además de destacar las virtudes que mencionaron los coordinadores, sus compañeros destacaron sus “frases” y “dichos” en los que animaba al grupo, tan simples a veces como un “vamo arriba”.
También hablaron de su “sensibilidad”. Poco tiempo atrás, una integrante del mismo grupo sufrió una situación de violencia de género. Tanto Andión como López y Graña valoraron como Johann cuidó de su compañera en ese momento. “Él recién había entrado, y fijate el impacto. Afectó mucho”, lamentaron.
La violencia alrededor
El fallecimiento de Johann no es el primero que sufre Tacurú ni los chicos bajo su órbita. Andión lamentó que muchos de los homicidios de jóvenes ocurridos en la zona afectan de forma directa o indirecta a esa comunidad. Todos estos casos, según el coordinador de Comunicación, forman una “onda expansiva” que afecta a las instituciones y a las familias, a las que el centro también acompaña en estas situaciones.
Detrás de cada una de esas tragedias los integrantes de Tacurú sostuvieron “hay atrás toda una escalera” de violencia en la que “la muerte es la conclusión”.
Los tres integrantes concuerdan en que el aumento de la violencia en el país está “mucho más a la mano” en sectores “excluidos” como Casavalle, en los que a veces hay generaciones de familias creciendo en un “vacío de oportunidades”.
“Hemos llegado a situaciones en las que los vecinos nos dicen por cuál vereda podemos caminar y por cuál no”, recordó López Solé, quien remarcó que muchos barrios en los que ocurren estas situaciones tienen a sus vecinos rehenes de los “códigos” de vida impuestos por el narcotráfico y el enfrentamiento entre bandas.
Además de muertes, en Tacurú han visto los daños ocasionados por los ajustes de cuentas, el bullying, la violencia “simbólica”, y en una cantidad “impresionante” de casos de violencia de género. Graña indicó que Tacurú tiene psicólogos, trabajadores sociales para abordar y “desnaturalizar” estos casos.
Tacurú
Jóvenes integrantes del programa Acompañamiento Laboral de Tacurú
“El nuestro es un sistema preventivo: evitar que el gurí vaya preso o muera”, concluyó Andión. Según López Solé, está “lleno” de instituciones que trabajan para lo mismo, “previendo daños” y brindando “oportunidades a los jóvenes”.
A pesar de que, como destaca López Solé, existe un “código de respeto” por las organizaciones sociales, el trabajador social lamentó que ya ha ocurrido “alguna intromisión” de la violencia dentro de los lugares de Tacurú, que antes eran “la frontera” o el “límite exacto” en la que quedaba afuera. Presenciaron situaciones de violencia de género dentro del recinto, y han visto como adolescentes entran con armas a la escuela del Marconi.
Aún así, el coordinador destacó que existe “una convivencia distinta” en Tacurú. “Hace poco había dos niños, hijos de dos jefes de banda enfrentadas. Los niños estaban jugando al fútbol y los padres estaban ahí, en la cancha, y no hubo ningún problema”.
En año de elecciones, Andión cree que la retórica de los candidatos va a ir hacia la promesa de “soluciones” en seguridad, cuando “se está comprometiendo el futuro del país en serio y la cosa sigue igual” hace años. Para el encargado de la comunicación y para López Solé, son necesarias políticas de Estado “profundas”, que implican “inversión” en salud mental, educación y trabajo, porque “la gente necesita trabajar”.