En la imagen de arriba, una trabajadora dalit (antiguamente vistos como parias o intocables) pasa cojeando por una mina de carbón a cielo abierto en el estado indio de Jharkhand, en el este del país.
Por allí por donde ella camina descalza han ardido incendios subterráneos durante más de un siglo.
Esta fotografía forma parte de una serie en blanco y negro titulada Broken de Asha Thadani, que lleva siete años narrando la vida de los dalits.
Los 200 millones de dalits de India se encuentran entre los ciudadanos más marginados del país, condenados a los niveles más bajos de la sociedad por una rígida jerarquía de castas.
Las cuotas en las instituciones estatales para los dalits han reducido las brechas en educación, ingresos y salud. Los dalits ahora cuentan con una próspera cámara de comercio llena de millonarios.
Muchas organizaciones defienden activamente sus derechos. Dos dalits han ocupado el cargo de jefe de Estado.
Sin embargo, un número significativo de dalits sigue desempeñando ocupaciones rechazadas por otros, como limpiar alcantarillas y recoger animales muertos.
El theyyam es un ritual religioso hindú proveniente de la parte norte del estado de Kerala, situado en la sureña costa de Malabar.
En el estado hay un artista dalit que hace el ritual. Se cree que los que lo ejecutan encarnan las mismas divinidades que veneran.
“Cuando se convierten en artistas de theyyam, se convierten en narradores de historias y representaciones medianas de los dioses. Aunque el theyyam está arraigado en el sistema de castas, durante el acto las castas superiores deben respetar y obedecer al bailarín divino que es de la casta inferior”, explica Asha Thadani.
Los musahars (literalmente “gente rata”) son tan pobres que su dieta básica a menudo incluye ratones.
Los musahars son una comunidad dalit en el estado de Bihar que trabaja principalmente en granjas propiedad de terratenientes y que se quedan sin trabajar hasta ocho meses al año.
Ante el desafío de la supervivencia y como son dependientes de la generosidad impredecible de sus terratenientes, los musahars han encontrado medios de vida alternativos, como los nachaniya, un grupo de artistas de género fluido dentro de su comunidad.
Estos artistas masculinos, de entre 10 y 23 años, se visten como mujeres y actúan en las bodas de los pueblos, especialmente durante la temporada de los monzones.
En un himno visual a la devoción, una mujer ramnami permanece pensativa recostada en una puerta, con el rostro y la cabeza afeitada tatuados con la repetición de “ram” escrita en el alfabeto devanagari, que se usa para escribir hindi, una manifestación elocuente del canto en forma escrita.
Con cada pasada de la aguja de madera, impregnada de tinta derivada del hollín de las lámparas de queroseno, emergen intrincados círculos concéntricos y patrones lineales, formando un tapiz sagrado sobre la piel.
La tradición se extiende hasta un chal, elegantemente colocado sobre sus hombros, que lleva la palabra sagrada.
La secta hindú ramnami surgió como un acto de desafío a finales del siglo XIX, los del estado de Chhattisgarh encarnan una protesta distintiva.
Graban su devoción tanto en la piel como en el alma: una fusión atemporal de fe e identidad.
Emergiendo de las profundidades sagradas del río Ganges en la ciudad santa de Varanasi, un buceador dalit emerge con monedas apretadas entre los dientes: es una foto que evoca una vida entretejida en la narrativa del río.
Conocido como “gotakhor”o buceador experto, sostiene las monedas (que son ofrendas para aquellos que buscan absolución) entre sus dientes y deja sus manos libres para navegar con la corriente del río.
Los buzos también tienen la tarea de recuperar los cuerpos de las personas que se han ahogado en el río y les dan alcohol barato como modo de compensación, según Thadani.
“Cada inmersión es un ritual y cada moneda recuperada sirve como ofrenda para facilitar el viaje simbólico a través de aguas difíciles”, afirma.
En un rincón de Bihar, en el este de India, las mujeres dalit se rebelaron ante las restricciones de las castas superiores en cuanto al porte de joyería desarrollando una forma única de adorno: los tatuajes.
Utilizando estiércol de vaca, bambú, paja, ramitas y hojas de palma para construir sus chozas, transformaron las paredes en lienzos.
“Como se les tenían prohibido representar deidades hindúes, encontraron inspiración en la naturaleza. Hoy en día, su estilo de pinturas es famoso y sirve como fuente de sustento y testimonio de la creatividad y el coraje de estas mujeres”, dice Thadani.
Estas mujeres son dolientes profesionales y practican el antiguo ritual de duelo oppari, profundamente arraigado en una comunidad de dalits en el estado sureño de Tamil Nadu.
Tradicionalmente vistas como una respuesta conmovedora a la pérdida de familiares cercanos, las opparis cantan en nombre de la familia en duelo o directamente para ella.
Estas mujeres son convocadas a hogares donde ha ocurrido la muerte, exteriorizando el dolor en un profundo ritual.
Esta tarea, considerada “contaminante” y reservada a los dalits, desafía las normas sociales que asocian la manifestación externa de dolor con debilidad, una percepción tradicionalmente limitada a las mujeres.
Shiva, de una comunidad de dalits en Karnataka, forma parte de un grupo que quema cabezas de cabra frente al mercado de carne de la ciudad de Bangalore.
Las cabezas de cabra se procesan en el fuego para quitarles el pelaje, lo que facilita la preparación y venta del órgano más caro: el cerebro.
Este proceso es un paso necesario en la preparación de la carne.
Expuestos diariamente al calor abrasador, al humo tóxico y al polvo de carbón, quienes realizan este trabajo tienen una esperanza de vida de 35 a 45 años.
Los pinchos de metal que utilizan se calientan mucho durante la quema, afectando la sensibilidad de sus manos mientras los sostienen durante toda la jornada laboral.
Este trabajo lo realizan exclusivamente jóvenes dalits, algunos de entre 10 y 12 años, que reciben un pago de 15 rupias (US$0,18) por procesar una cabeza de cabra.
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