Este lunes es Año Nuevo. Porque, en la práctica, en Uruguay los años no comienzan el primer día de enero ni con la llega del último ciclista como reza el dicho popular. El inicio de clases —con la vuelta masiva al madrugón, a las túnicas blancas inmaculadas, a las lagañas del mal dormir, y al embotellamiento en el tránsito— marca la apertura oficial de las rutinas.
Esta vez es esperable que el bullicio inicial sea menor: en las escuelas públicas las clases empiezan con 6.502 alumnos menos que el año anterior (20.000 menos que hace un lustro y casi una generación entera menos que hace 15 años). Y eso que, contracorriente, hubo un aumento de estudiantes en tercer y sexto grado.
Ocurre que Uruguay atraviesa desde 2016 la mayor caída de nacimientos de su historia. Esa merma empieza a hacerse notar en los grados escolares (la mayoría de los nacidos aquel 2016, ahora entraron a segundo grado de escuela). Y encima el cambio en el reglamento de pasaje de grado hace que los pocos niños que hay transitan más rápido por los distintos niveles y no quedan “retenidos”.
Cuando sobre un mismo objeto actúan diferentes fuerzas simultáneamente, los físicos le llaman “sistema de fuerzas”. Eso es lo que está pasando en algunos grados escolares. Por un lado, las generaciones tienen menos niños porque nace menos gente. Por otro, como ya no se puede repetir en todos los grados escolares (tras el cambio de reglamento que impuso la reforma curricular), en algunos años las clases se achican todavía más.
El caso más evidente —y curioso— es la generación de primer grado de escuela que inicia las clases este lunes: es 17% más chica que la generación de primero del año anterior. Y se convierte en la generación más pequeña de ese grado desde que hay registros. Sucede que, además de la caída de nacimientos, en primer grado dejaron de estar “retenidos” casi uno de cada diez estudiantes que quedaban repetidores.
La última proyección que realizó la Administración Nacional de Educación Pública estima que, antes de que acabe la década en curso, la población en edad escolar se reducirá una la cuarta parte respecto a la observada a comienzos de la misma década.
Ese impacto —más otras posibles fuerzas— también se está notando en la enseñanza privada: siete de cada diez colegios perdieron alumnos en el último quinquenio y la tendencia continúa a la baja.
Si bien la educación especial es la que tuvo una mayor variación de alumnos a la baja en el último año (partiendo de un universo mucho más pequeño, claro), la Dirección General de Educación Inicial y Primaria busca fortalecer la matriculación en nivel tres (inicial). ¿Por qué? A esa edad la enseñanza no es obligatoria aún, pero las autoridades buscan la universalización. Según supo El Observador, el programa Uruguay Crece Contigo detectó al menos 500 familias con niños de tres años que estaban fuera de las instituciones educativa (no estaban inscriptos en un CAIF, en un jardín privado ni en la ANEP).
Los niños de tres años habías sido “de los más afectados” cuando en la pandemia se cortó la presencialidad. Por aquel entonces, la inspectora Grisel Cardozo había reconocido que “el impacto es fuerte: los niños de educación inicial construyen sus vínculos y sus principales desarrollos desde la cercanía”, y había insistido en que a esa edad los pequeños ya tienen que estar en una clase con otros compañeros porque es clave para su crecimiento.
Cuando el bebé es recién nacido, su cerebro crece a un ritmo de 1% por día. Luego esa vorágine de desarrollo comienza a desacelerarse, pero continúa su aumento. Tal es así que cuando el niño está en la etapa del jardín coincide con el mayor crecimiento de las redes neuronales que permiten la representación, el juego simbólico y el manejo del lenguaje.
En la ANEP insisten: la educación inicial no es preescolares, porque es un aprendizaje en sí mismo que significa preparar para la escuela. La educación inicial no es una guardería, porque no se trata en que los niños pasen allí un rato mientras sus padres trabajan. La educación inicial es, como dice su nombre, educación.
Es una historia que comenzó en la década de 1990, cuando la escolarización a los cinco años pasó a ser obligatoria. Desde entonces entraron en disputa dos paradigmas: la mentalidad de varios padres que creen que al jardín se va solo a jugar o hacer tiempo, versus la literatura científica que le da a esta etapa de la escolarización una importancia elemental para el desarrollo.
Y desde este lunes, con la apertura de los salones de clases, estas tensiones vuelven a ponerse sobre la mesa.