¿Qué va a pasar con la economía mundial? Nunca sabremos la respuesta a esta pregunta. En una década tras otra, ha ocurrido algo grande y, en gran medida, inesperado: los enormes choques inflacionarios y petroleros de la década de 1970; la desinflación de principios de la década de 1980; la caída de la Unión Soviética y el ascenso de China en la década de 1990; las crisis financieras de las economías de altos ingresos en la década de 2000; y la pandemia, la inflación pospandémica y las guerras en Ucrania y en el Medio Oriente en la década de 2020. Vivimos en un mundo de riesgos imaginables con consecuencias claramente significativas. Algunos — la guerra entre grandes potencias nucleares — podrían ser devastadores. La dificultad estriba en que los acontecimientos de baja probabilidad y alto impacto son casi imposibles de predecir.

Sin embargo, también conocemos algunas características importantes de nuestra economía mundial que no son realmente inciertas. Éstas también deben permanecer en nuestra mente. A continuación se enumeran cinco de ellas:

La primera es la demografía. Las personas que serán adultas dentro de dos décadas ya han nacido. Las personas que tendrán más de 60 años dentro de cuatro décadas ya son adultas. La mortalidad podría dispararse, quizás a causa de una terrible pandemia o de una guerra mundial. Pero, salvo que se produzca una catástrofe de ese tipo, tenemos una buena idea de quién estará vivo dentro de unas décadas.

Varias características de nuestra demografía son bastante claras. Una es que las tasas de fertilidad — el número de hijos nacidos por mujer — han estado disminuyendo prácticamente en todas partes. En muchos países, sobre todo en China, las tasas de fertilidad están muy por debajo de los niveles de reemplazo. Mientras tanto, las tasas de fertilidad más elevadas se registran en el África subsahariana. Como resultado, su proporción en la población mundial podría aumentar 10 puntos porcentuales para 2060.

Estos cambios demográficos son el resultado del aumento de la longevidad; de la transformación en el papel económico, social y político de la mujer; de la urbanización; de los elevados costos de la paternidad; de las mejoras en la anticoncepción; y de los cambios en la forma en que las personas juzgan lo que vale la pena en sus vidas. Sólo grandes choques podrían cambiar alguno de estos aspectos.

Una segunda característica es el cambio climático. Puede que las tendencias actuales cambien a tiempo. Pero las emisiones de gases de efecto invernadero apenas se han estabilizado, mientras que el mundo sigue calentándose conforme aumentan las reservas de estos gases en la atmósfera. Es muy probable que siga siendo así durante mucho tiempo. De ser así, es seguro que las temperaturas aumentarán mucho más de 1.5 °C por encima de los niveles preindustriales, que, según nos han dicho, es el límite superior de seguridad razonable. Tendremos que esforzarnos más para mitigar las emisiones. Pero también tendremos que invertir considerablemente en la adaptación.

Una tercera característica es el avance tecnológico. El progreso en las energías renovables, especialmente el decreciente costo de la energía solar, constituye un ejemplo. Los avances en las ciencias biológicas constituyen otro. Pero, en nuestra era, la revolución de las tecnologías de la información y la comunicación representa el centro de dicho progreso. En “The Rise and Fall of American Growth” (El ascenso y la caída del crecimiento estadounidense), Robert Gordon, de la Universidad Northwestern, ha argumentado persuasivamente que la amplitud y profundidad de la transformación tecnológica se ha desacelerado, casi inevitablemente, desde la segunda revolución industrial de finales del siglo XIX y principios del XX. La tecnología del transporte, por ejemplo, ha cambiado más bien poco en medio siglo.

Sin embargo, la transformación en el procesamiento de la información y en la comunicación ha sido asombrosa. En 1965, Gordon Moore, quien más tarde fundaría Intel, argumentó que “con el costo unitario disminuyendo a medida que aumenta el número de componentes por circuito, en 1975 la economía puede dictar que se incluyan hasta 65,000 componentes en un solo chip de silicio”. Eso resultó ser cierto. Pero, asombrosamente, la ley epónima de Moore sigue siendo cierta casi medio siglo después; la Ley de Moore expresa que aproximadamente cada 2 años se duplica el número de transistores en un microprocesador. En 2021, el número de estos componentes era de 58.2 mil millones. Esto permite lograr maravillas en el procesamiento de datos. Además, el 60 por ciento de la población mundial utilizó Internet en 2020. De ello debe derivarse una mayor transformación de nuestra forma de vivir y trabajar. El desarrollo y uso de la inteligencia artificial (IA) representa el más reciente ejemplo.

Una cuarta característica es la difusión de conocimientos por todo el mundo. Las regiones en desarrollo del mundo que han demostrado ser más hábiles a la hora de absorber, utilizar y fomentar estos conocimientos se encuentran en Asia Oriental, Sudoriental y Meridional, donde vive aproximadamente la mitad de la población mundial. Además, el Asia en desarrollo sigue siendo la región de más rápido crecimiento del mundo. Dada la habilidad — y la oportunidad — de ponerse al día, es una apuesta segura que esto continuará. El centro de gravedad de la economía mundial seguirá desplazándose hacia estas regiones. Esto inevitablemente provocará cambios políticos. De hecho, ya lo ha hecho. El rápido ascenso económico de China representa el gran acontecimiento geopolítico de nuestra era. A largo plazo, es probable que el ascenso de India también acarree significativas consecuencias mundiales.

Una quinta característica es el crecimiento en sí. Según el trabajo actualizado del fallecido Angus Maddison, así como del Fondo Monetario Internacional (FMI), la economía mundial ha crecido todos los años desde 1950, excepto en 2009 y 2020. El crecimiento es una característica inherente a nuestra economía. La reciente versión del informe Perspectivas Económicas Mundiales del Banco Mundial señala que lo que se avecina en 2024 es “un hito lamentable: el desempeño de crecimiento mundial más débil de cualquier medio decenio desde la década de 1990, con personas en una de cada cuatro economías en desarrollo más pobres de lo que eran antes de la pandemia”. Sin embargo, incluso en este período afectado por crisis, la economía mundial ha crecido, aunque de forma dispareja entre países y personas, y de forma desigual a lo largo del tiempo. No estamos entrando en una era de estancamiento económico mundial.

Es fácil dejarse abrumar por los choques a corto plazo. Pero no debemos permitir que lo urgente abrume nuestra conciencia de lo importante. En el trasfondo, las grandes fuerzas descritas anteriormente transformarán nuestro mundo. Mientras mejoramos nuestra capacidad de respuesta ante los choques, debemos prestarles una detallada atención.

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