Terremotos, tsunamis, megaincendios… Chile es propenso a catástrofes naturales, pero paradójicamente no cuenta con un cuerpo oficial de bomberos, sino con voluntarios como el arquitecto Jorge Peña o el vendedor de seguros Cristian Lobos para enfrentar el incendio más mortífero de su historia reciente.
Ambos se pusieron el traje de bomberos. “Aquí uno sigue hasta que se muera”, dice Lobos, quien salió el viernes de su oficina para ir combatir las llamas en Viña del Mar.
Aunque parezca extraño, el Estado chileno no dispone de su propia institución de bomberos. Desde 1970, esta esencial labor la cumple un voluntariado a nivel nacional, integrado por más de 50.000 hombres y mujeres, que se financia con donaciones internacionales, aportes privados y estatales.
Bajo una organización de corte militar, que cuenta con su propia academia de formación, ninguno de los miembros, muchos de ellos profesionales provenientes de los más diversos sectores, recibe remuneración.
Los bomberos de Chile son una suerte de ONG, la más reputada del país con casi un 100% de aprobación, incluso más popular que cualquier institución pública, según encuestas.
La crisis por los incendios que se destacaron en las últimas semanas en el centro del país, que deja hasta el momento 131 muertos, más de un centenar de desaparecidos y una enorme estela de destrucción, pone a prueba la vocación de servicio de los voluntarios.
Sin importar el rol
Jorge Peña es arquitecto. Tiene 33 años y un bebé de uno. El viernes viajó 12 horas desde el sur de Chile para combatir el fuego en Valparaíso. Desde 2013 es bombero voluntario experto en incendios forestales y de viviendas. Esta vez no pudo salvar los bosques ni una sola casa.
Peña y sus compañeros están removiendo escombros y “enfriando” los lugares donde todavía pueden haber cuerpos. “A partir del sábado cambiamos nuestro rol”, explica Peña. “Al llegar aquí ya había mucha destrucción. Ahora estamos en labores de remoción, liquidación de incendios y búsqueda de personas”, explica.
Los focos de calor se reactivan en cualquier momento y entonces vuelve el infierno. Peña enfría las viviendas que “aún están con temperatura” para facilitar el acceso de los rescatistas que buscan entre las ruinas a personas declaradas desaparecidas.
“En estos once años, lo que más me ha impresionado es la magnitud de la destrucción de este incendio. Nunca había visto este nivel de violencia de un incendio forestal, que luego pasó a la vivienda y es lo más chocante”, dice Peña.
Peña trabaja para una empresa de construcción, pero “justo en esta emergencia” se encontraba de vacaciones. No obstante, se vistió de brigadista y se subió en el carro de bomberos.
En 2017, en un megaincendio conocido como “tormenta de fuego”, quedó rodeado por las llamas que bruscamente cambiaron de rumbo. Sobrevivió. “Antes no lo pensaba a la hora de asistir a estas emergencias, pero ahora sí lo pienso un poco más. Mi hijo tiene casi un año”, confiesa Peña. Aun así, reflexiona por un momento, y dice “siempre voy a seguir”.
“Hasta que me muera”
Cristian Lobos vende planes de salud en Viña del Mar. Colgó la corbata para ayudar a sofocar el incendio que consumió los cerros superpoblados de su ciudad, antes de comandar el grupo que hoy busca restos humanos dentro de las casas o lo que quedó de ellas tras el paso de las llamas.
“Hemos rescatado víctimas en distintos estados, cuerpos completamente calcinados y otros que están medianamente calcinados”, señala este hombre calvo de lentes, padre de tres hijos.
Lobos es voluntario hace 23 años. “Cuando se decide, uno hace los cursos, y se mantiene en esto generalmente hasta que fallece”, explica. El lunes, junto a su equipo encontró dos cadáveres más que fueron levantados por el servicio forense, el único autorizado para esta labor.
Desde el viernes pasado, cuando se desencadenó la peor catástrofe que enfrenta Chile desde el terremoto y tsunami de 2010, duerme poco y sólo ha podido conversar con sus hijos por videollamada.
Por su cercanía con Villa Independencia, donde murieron al menos 19 personas, vio toda la secuencia de la tragedia. “Cómo avanzó el fuego, cómo se afectaron las casas, las vidas, los animales, los autos”, relata Lobos, quien pese al agotamiento mantiene su voluntad de ayudar.
Según Lobos, los incendios forestales que azotan a Chile es la “más caótica y violenta” de todas las emergencias en las que ha estado. “Bomberos nuestros perdieron sus casas o vehículos, pero por suerte ninguno su vida o la de sus familiares”, cuenta Lobos.
En Chile, se enorgullece Lobos, los bomberos voluntarios cuentan con la “comprensión” de sus empleadores y sus familias, además de una excelente imagen en la sociedad. “Aquí sigo, hasta que me muera, o hasta que el cuerpo no me dé para seguir aportando”, dice antes de volver al trabajo.
(Con información de AFP)