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A mediados de los ochentas, Luis Inácio Lula da Silva se convirtió en secretario general del sindicato de los metalúrgicos en San Pablo. Era un muchacho delgado que había pasado una niñez de hambre en el nordeste de Brasil.
Cuatro décadas después, tras haberse curado de un cáncer de laringe, con 78 años y en el sillón presidencial de Brasilia por tercera vez, Lula se lanzó a una temprana carrera electoral para las elecciones municipales de un país con 215 millones de habitantes y una ultraderecha fuerte y competitiva electoralmente con un Jair Bolsonaro 10 años más joven, dispuesto a ser la contrafigura del izquierdista, ecologista y defensor de los derechos sociales que ocupa el Palacio del Planalto como es Lula.
La gira paulista de Lula fue un lanzamiento extraoficial de la carrera hacia las elecciones municipales del 6 de octubre. El presidente anunció un paquete de inversiones por U$S 8.000 millones aportados por empresas automovilísticas alemanas, chinas y estadounidenses.
Lo hizo en una planta de la Volkswagen, en San Bernardo do Campo, en cuyos portones blindados dio discursos de barricada por décadas. Lula solía hablar con gorra y con un cigarrillo en la boca. Los obreros trabajaban en fábricas muy distintas a las actuales, con líneas de montaje están cada vez más automatizadas.
Junto a varios dirigentes del Partido de los Trabajadores (PT), con un elegante traje, Lula fue recibido dentro de la planta de Volkswagen por el director de la empresa. Allí aseguró que la confianza de las automotrices se debe a la reactivación del consumo interno impulsado por su gobierno iniciado el primero de enero de 2023 cuando el PBI creció el 3,1 %, la desocupación bajó al 7,8 %, el menor índice desde 2014.
Además, Lula remarcó que el número de trabajadores llegó a 100 millones, un 3,8 % superior a 2022, el último año de la gestión de Jair Bolsonaro. El dato preocupante de esa estadística es que cuatro de cada diez brasileños ocupados está en el mercado informal.
El talón de Aquiles para “tornarnos un país altamente desarrollado”, dijo Lula, es recuperar el “rol del Estado” en sectores estratégicos como infraestructura y energía, los cuales comenzaron a ser privatizados por Bolsonaro.
Durante el gobierno de Bolsonaro pasó a manos privadas la distribuidora de combustibles Transpetro, subsidiaria de Petrobras y fue cedida al mercado la mayoría accionaria de la gigante de electricidad Eletrobras.
En su recorrida por tres ciudades paulistas Lula insistió con algunos planteos hechos días atrás en la región nordeste al retomar las obras de la Refinería Abreu e Lima, un proyecto lanzado hace casi dos décadas por Petrobras.
En esa gira nordestina, recorrió la refinería para cuya reactivación serán invertidos cerca de U$S 1.300 millones hasta 2026, año de las elecciones presidenciales. Aumentar refinación permitirá reducir la importación de gasoil y mitigar la influencia de los precios internacionales en el mercado local.
En estos días, Petrobras informó que en 2023 Brasil produjo 4,3 millones de barriles de petróleo y gas diarios, un récord histórico. Sumado a esto la empresa, que cotiza en las bolsas de San Pablo y Nueva York, alcanzó su mayor valor de mercado, aproximándose a los U$S 110 mil millones.
En las elecciones municipales del 6 de octubre cuando serán electos los intendentes de 5.600 ciudades de todo este país. Lula llega a los comicios con una economía cuyos indicadores económicos proyectan un crecimiento del 1,6 % por ciento. Un problema para quien, a los 78 años, quiere ser nuevamente el candidato presidencial del PT.
Bolsonaro, que también pretende volver al Planalto, retomó el discurso sobre la falta de transparencia en el sistema de votación brasileña: insiste que las elecciones que permitieron el triunfo de Lula fueron un fraude.
Eso fue lo que dijo durante una transmisión en vivo en las redes sociales, junto con sus tres hijos el senador Flavio, el diputado Eduardo y el concejal Carlos, con casi 500 mil espectadores en vivo. Una audiencia muy superior a las de Lula en redes sociales.
La estrategia de Lula fue aliarse con sectores moderados y restarle votos al derechista Bolsonaro en 2022. De hecho, el actual vice de Lula, Geraldo Alckmin, proviene del Opus Dei, una rama católica con raíces en los sectores más acaudalados y conservadores.
Además del desafío planteado por la economía y el empleo registrado, el uso de las redes sociales y la necesidad de mantener a sus aliados moderados, Lula toma estas elecciones municipales como una prueba de fuego para que el PT siga en el gobierno.
(Con información de agencias)