*Son extrañas las consecuencias de una charla. Una tarde hablaba de caballos con un amigo que de niño había vivido en el campo uruguayo. Si bien ninguno de los dos es jinete experimentado, compartimos una atracción simbólica por los caballos, que en el Uruguay rural y profundo poseen una significación determinante en un corte vertical de la sociedad, desde el más potentado al más pobre, mucho más de lo que creería una cabeza urbana, irremediablemente ignorante.
El amigo en cuestión me sugirió la lectura de un libro sobre la raza criolla y sus características. Es un caballo retacón pero musculoso, con una fidelidad y resistencia supremas. “Tanto es así que uno de los caballos de Napoleón era un criollo oriental y se llamaba Montevideo”, me dijo mi amigo.
Efectivamente, al chequear el dato me encuentro con que Montevideo fue uno de los 52 caballos registrados oficialmente que pertenecieron al emperador francés a lo largo de sus largas y bélicas campañas. Parece que Bonaparte montó a Montevideo en su terrible marcha por las estepas rusas que culminó en una derrota que comprometió todo su gobierno. Pero, en tales extremas circunstancias, la rudeza y la porfía del caballo criollo se mantuvieron por todo lo alto. Seguro que el emperador lo premió con zanahorias.
Otros caballos de Napoleón se bautizaron en honor a algunas batallas ganadas por el imparable corso. Uno se llamó Wagram, otro Austerlitz, pero, según las crónicas militares de la época, uno de los pingos favoritos de Bonaparte fue Marengo. Era un caballo árabe gris, de no muy gran porte, que acompañó a Napoleón en varias de sus marchas por Europa central, donde enfrentó a austríacos, rusos, prusianos, suecos, húngaros y bohemios.
El pintor de la corte bonapartista Jacques Louis David se basó en Marengo para el famoso retrato ecuestre de Napoleón cruzando los Alpes. Tan fiel fue a su ilustre amo que recién fue capturado luego de la fatídica batalla de Waterloo, cuando el emperador debió huir luego de la más completa derrota. En esa batalla fundamental para la historia de Europa (y del mundo), el general vencedor, el duque de Wellington, galopó sobre Copenhagen, su caballo potro preferido.
De Montevideo saltamos a Marengo, y de los caballos, a la radio. Pues resulta que dos escritores ingleses de comedia, Robert Hudson y Marie Phillips, crearon un programa de radio llamado Warhorses on letters. Allí los caballos Copenhagen y Marengo se mandan cartas de mutua admiración, compartiendo situaciones de sus vidas y sus amos en un lenguaje muy directo y divertido.
El programa se grabó entre 2011 y 2012, fue emitido por BCC 4 y está disponible en internet. Tiene en las voces al experimentado actor Stephen Fry como el francés Marengo y al joven Daniel Rigby en la voz del joven caballo Copenhagen.
Muy en la línea de grandes precedentes como el Coloquio de los perros de Miguel de Cervantes o la Historia de un caballo de León Tolstói, las desopilantes cartas de los equinos tocan la también humana fibra de la emoción con sus confesiones, que culminan en sendas declaraciones de amor.
“Técnicamente soy un pony, pero con Napoléon estamos bastante a escala”, le dice Marengo a Copenhagen con la humildad de la confesión sincera ante la admiración del otro, por citar un ejemplo.
Las cartas que se mandan no ocultan además la atracción de uno hacia otro y las circunstancias de la guerra solo pueden separarlos y enfrentarlos. Luego de Waterloo, lo único que desean los caballos es tener una chance de verse antes de que el destino de Marengo sea acompañar a su amo a la recóndita isla de Santa Helena. Tal es el nivel de delirio y de originalidad de una obra sonora con voces que, detrás de sus sutilezas, representan relinchos salvajes.
*Esta columna fue publicada originalmente en marzo de 2015 y recuperada por motivo del estreno de Napoleón, la última película de Ridley Scott