Al son de la samba, ya sea envueltos en lentejuelas o con shorts y sandalias, los brasileños son todas sonrisas mientras bailan en las noches del Carnaval. Sin embargo, las letras de las canciones revelan a menudo cicatrices históricas, como la que encarna el homenajeado Joao Candido.

Al igual que las 11 escuelas de la samba que competirán las noches del domingo y lunes en los icónicos desfiles del Sambódromo de Rio de Janeiro, Paraiso do Tuiuti contará una historia, y este año será para honrar a Jaoa Candido, el marinero de la Armada brasileña que en 1910 lideró una revuelta contra las condiciones degradantes que los negros sufrían a bordo.

La “Revuelta del látigo” es un episodio con frecuencia olvidado, tan olvidado como el racismo y las injusticias que Candido combatió y todavía persisten en el Brasil de hoy, dicen los integrantes de Tuiuti.

“Todavía sufrimos discriminación. Es un proceso muy lento”, dice Simone Soares do Nascimento, una cocinera y estudiante de nutrición, de 47 años, durante uno de los últimos ensayos de la “escola”. Resplandeciente de lentejuelas, añade: “Pero vivimos con alegría”.

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“El almirante negro”

Hijo de antiguos esclavos, Candido nació en 1880 y se alistó en la Armada a los 14 años. Brasil había abolido la esclavitud en 1888. Fue el último país de América en hacerlo y los soldados negros, con frecuencia reclutados a la fuerza, eran mal alimentados, recibían sueldos míseros y duramente castigados.

Candido consiguió distinguirse como timonel y en 1909 fue capacitado en Reino Unido para manejar dos nuevas naves de guerra compradas por Brasil, que representaban la vanguardia de la tecnología militar de la época. La modernización de la Armada, sin embargo, sólo atizó más la frustración de los marineros negros maltratados.

Mientras experimentaba las condiciones de vida y las mayores libertades durante su instrucción en Newcastle-Upon-Tyne, Candido entendió lo inaceptable que eran las condiciones en la Armada de Brasil.

Los castigos físicos estaban a la orden del día y lo que parecía uno más no lo fue. Corría 1910 y un marinero negro del barco de Candido fue castigado con 250 latigazos que dejaron su espalda como un “pez destripado”, según relató un oficial blanco. Fue la chispa que encendió el motín.

Más de 2.000 marineros negros se amotinaron. Liderados por Candido, apodado “El almirante negro” por el periodismo, capturaron los acorazados Minas Geraes y São Paulo, ambos construidos en Inglaterra, y otros dos grandes buques de guerra. Luego, apuntaron 80 cañones gigantes hacia Rio.

“No toleraremos más la esclavitud en la Armada brasileña”, le escribieron al entonces presidente, el general Hermes Rodrigues da Fonseca (1910-1914).

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“Vida sufrida”

Después de cuatro días de tensión, el gobierno pareció capitular. Fonseca abolió los castigos con latigazos y prometió una amnistía para los rebeldes. Sin embargo, poco después se retractó y la Armada detuvo a varios de los amotinados y ejecutó a otros bajo el cargo de sedición.

Candido y otros 30 terminaron en una pequeña celda. Las condiciones eran tan duras que sólo él y otro prisionero sobrevivieron. El resto de su vida lo vivió en la pobreza. Sin embargo, desde la muerte de Candido, el 5 de diciembre en 1969, Brasil ha visto su legado con nuevos ojos.

En 2008, durante la presidencia  de Luiz Inácio Lula da Silva, el gobierno le otorgó una amnistía póstuma y una estatua fue levantada en su honor en Rio de Janeiro. En noviembre pasado, fiscales federales reclamaron a la Armada una indemnización para su familia.

“Mi papá tuvo una vida muy sufrida. Lo importante es que tenga el reconocimiento que merece en la historia brasileña”, dice su hijo Adalberto, de 85 años.

El pasado no muere

Adalberto, el único sobreviviente de los 11 hijos de Candido, desfilará con Tuiuti el lunes. El rol de Candido recaerá en un repartidor negro, Max Angelo dos Santos, que se hizo conocido el año pasado cuando una mujer en un barrio rico de Rio de Janeiro fue filmada golpeándolo con una correa para perros.

No fue un caso aislado. Las cicatrices de la esclavitud son visibles aún en Brasil, donde 56% de la población se declara negra o mestiza. En promedio, los negros ganan cerca de la mitad que los blancos, su expectativa de vida es menor y enfrentan con frecuencia discriminaciones de todo tipo y en diferentes ámbitos.

Más allá de la fiesta desenfrenada, al ritmo de la samba afrobrasileña, algunos coinciden en que el carnaval de Rio es también un arte capaz de abordar esos problemas. “Yo y muchos otros aprendimos mucho sobre la historia no oficial de Brasil viendo los desfiles de las escuelas de samba”, dice Julio Araujo, el fiscal a cargo del pedido de reparaciones para la familia de Candido.

“Las historias narradas por las escuelas de samba encienden conversaciones que trascienden los 70 minutos de cada desfile. Muchas despiertan la conciencia y nos ayudan a repensarnos como sociedad. El carnaval es alegría, desenfado, pero también reflexión”, explica Araujo.

(Con información de AFP)

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