Si acá se festejó como se festejó, lo que debe haber sido la casa de Pedro Luque. Uno supone algo parecido a una fiesta. Pero él, en realidad, no estaba allí, en su casa, no siguió la ceremonia de nominaciones del Oscar del pasado martes desde su sillón en el barrio de Atwater Village, sino en su auto, camino al aeropuerto de Los Ángeles, escuchando lo que pasaba por el celular. Uno puede estar en uno de los puntos más altos de su carrera, pero aún así tener que cumplir, y como ese comercial de Dove en Ciudad de México no se iba a filmar solo, allá iba él. No se decepcionó cuando su nombre no apareció entre los cinco nominados a Mejor fotografía; podía pasar. Y sí gritó, como un gol de Uruguay según cuenta, cuando La sociedad de la nieve, el proyecto más desafiante y paquidérmico de su carrera, quedó entre la elegidas para disputarse el premio a Mejor película internacional.
Hace más de una década que Luque, nacido en La Blanqueada hace 43 años, se mudó a Hollywood. Director de fotografía, parte de la camada de uruguayos que explotaron a nivel internacional con el corto Ataque de pánico —ahí están también Fede Álvarez y Rodo Sayagués—, su carrera está salpicada hoy de grandes producciones y un hecho constatable: juega en las grandes ligas. En ese sentido La sociedad de la nieve, esa película de la que hoy no se puede escapar, dirigida por Juan Antonio Bayona, que genera fanatismo y entusiasmo exacerbado, y que puso a la Tragedia de los Andes otra vez en el principal lugar de la vidriera mundial, es la prueba final.
Emocionado por el impulso del Oscar, la respuesta masiva del público, los recuerdos de un rodaje extenuante grabado a fuego, y una nominación al Goya que se resolverá el próximo sábado 10 de febrero en Madrid, Pedro Luque habló con El Observador y lo que sigue es un resumen de esa charla.
Para empezar, lo de ayer: ¿cómo se vive el “momento Oscar”?
Con tremenda alegría ¿no? Porque es un honor zarpado. Creo que a la película le podría haber ido mejor en las otras categorías si hubiese salido un poco antes en Netflix. Se estrenó el 4 de enero y la votación para los Oscar terminó el 14 o el 16, hubo pocos días para que se vea. Además, las proyecciones en cine fueron pocas acá, y hay muchas cosas pasando. En diciembre es una locura la cantidad de películas que hay, y están todos los directores, actores, fotógrafos, compositores, todos promocionando, así que hay mucha oferta. Pero está buenísimo. Esta es una película conceptualmente de grupo, y la nominación que nos dieron creo que refleja eso, el premio al grupo. Es fuerte, un reconocimiento grande, y además creo que ahora la va a ver más gente todavía. La película sigue haciendo ruido, incluso cuando tiene como 65 millones de vistas en los primeros 14 días. Se calcula que más o menos hay dos personas en promedio por reproducción, quiere decir que la vieron 130 millones de personas. ¡Es mucha gente! Mucha gente que vivió la historia, que se emocionó, que se interesó, que después googleo… Todos mis amigos me dicen “che, no sabía esto, entré en un rabbit hole tremendo ahora”. Es muy fuerte.
¿Tenías esperanza de quedar entre los nominados en fotografía?
Yo sabía que no iba a estar nominado porque un director de publicidad uruguayo, que es muy fanático de las carreras del Oscar, me dijo que tenía que fijarme en los sitios de apuestas, que en uno que se llama Derby Gold o algo así estaban los mejores predictores. Y la verdad es que le pegaron a todo. Yo estaba en el puesto once de la lista de fotografía, bastante lejos. Igual: tremendo honor estar once en el mundo, eh. Pero miré eso e igual no perdí la esperanza o la ilusión, y lo que me pasó fue que cuando estaba yendo al aeropuerto, iba en el auto, atento. Fue muy emocionante. Y cuando salió la nominación a mejor película internacional grité fuerte. Fue como un gol de Uruguay.
¿Dónde vas a ver la ceremonia?
Seguramente no logre estar en la ceremonia misma. Va muy poca gente porque es muy grande y no hay tanto lugar. Van a ir Bayona (director), Belén Atienza, Sandra Hermida (productoras), que tienen que ir. Y después imagino que Enzo (Vogrincic, protagonista) va a ir, y capaz un superviviente. No sé. Imagino que debe haber una gran discusión ahora en el grupo de Whatsapp para elegir quién va. Pero seguramente Netflix haga una viewing party, como le dicen, donde alquilan un restaurante o una sala de fiesta, ponen televisiones por todos lados, y básicamente vas a comer, tomar y ver los Oscar. Y después los que están en la ceremonia van para ahí, y después se va a otras fiestas. Va a estar lleno de post-Oscar parties, estará la de la agencia que representa a Jota (Bayona), esas fiestas siempre son muy divertidas. Ya fuimos a algunas, después de los Golden Globes. Netflix hizo esa viewing party y se vino todo el mundo después. Y cayó Bradley Cooper con la mamá, pasó Will Ferrell, Natalie Portman en un rincón, Kristen Wiig cagándose de risa con no se quién. Y después nos fuimos a la fiesta de la agencia, que fue en el Chateu Marmont, que es el hotel más clásico de Hollywood. Habían alquilado una habitación relativamente chica pero con un balcón grande, y ahí andaba Leonardo DiCaprio, por ejemplo. En un momento me dicen “vení que te quiero presentar a alguien”, y me presentan a Kevin Costner. A él le dije “che, muchas gracias por las películas que nos diste”. La verdad, eh. Es una leyenda el tipo.
Hace varios años que estás trabajando en Hollywood. ¿Te sigue sorprendiendo encontrarte en medio de ese mundo de estrellas?
Me sigue sorprendiendo porque, a lo largo de esta carrera, me he dado cuenta de que esta gente, más allá de ser estas estrellas inalcanzables y súper glamorosas de Hollywood, que viajan y viven en hoteles y todo eso, en su mayoría son filmakers, gente a la que le gusta la artesanía de hacer películas. Y los admiro como eso. Por ejemplo, me tocó hace un tiempo hacer los re-shoots de The Flash y ahí tuve que filmar con George Clooney. Es un tipo bárbaro, re bien, y entre toma y toma se quedaba ahí conversando con nosotros. Y él, más allá de todo lo que actuó, dirigió como ocho películas. Entonces me decía cosas como “che, Pedro, a vos qué te gusta más, Arri Alexa o Red (Ndr: marcas de cámaras)”. Todo eso te hace darte cuenta de que son personas que laburan en lo mismo que vos. Que hacen películas y le gusta contar historias.
Entraste a la Academia como miembro en 2018. ¿Este tiempo te hay hecho cambiar de opinión sobre la institución, o derribó algún prejuicio que tuvieras en la previa?
Creo que la Academia se aggiornó bastante últimamente, cambió las maneras de votar para hacerlas más universales y más claras. Ahora, por ejemplo, hay una aplicación en la cual tenés todas las películas, y ellos saben cuáles ves y cuáles no. Eso te permite votar algunas cosas, como por ejemplo la categoría a Mejor película internacional. En esa categoría había, no sé, 130 películas, y a partir de ahí asignaban grupos. A vos te toca un grupo, te tocan 15 películas y tenés que mirarlas a las 15 para poder votar. Antes de esa app tenías que ir a verlas al cine, llenar una planilla oficial y entregarla para demostrar que habías estado en la proyección. Cuando eso pasaba votaba mucha menos gente. Ahora votan casi todos, y eso hace que el voto sea más general, y eso está bien. Igual todo sigue siendo muy político.
Voy a La sociedad de la nieve: ¿fue el rodaje más desafiante de tu carrera?
A nivel logístico, sí. A nivel emocional, sin ninguna duda. Y desde el punto de vista artístico de alguna manera también, porque fue la primera película en la que a nivel expresivo no había una guía clara que seguir, como sí lo hay en una película de género, por ejemplo. Ahí, a pesar de que con Fede (Álvarez) y los otros directores con los que he trabajado siempre intento hacer algo distinto, estás dentro de un esquema que es relativamente conocido: una película de terror es una película de terror, y si bien podés experimentar, tenés un camino definido. A La sociedad de la nieve, si bien la podés clasificar como cine catástrofe, de supervivencia o drama, era más libre. Y con Jota decidimos que sea bastante expresiva. Cuando tenés tanta libertad es más difícil, porque no estás regido por un parámetro anterior que te dice “esto está bien”. Acá teníamos que apelar a lo que transmitiera mejor la emoción y eso es súper subjetivo, además de que hay un montón de variables que se dan en los rodajes que tenés que tener en cuenta. Por ejemplo, aguantar un equipo durante seis meses arriba de la montaña, y eso solo en Sierra Nevada, en España; después hubo que viajar a Uruguay, a Chile, con todo ese equipo, arrastrando el cansancio. Y arriba de todo eso está la expresividad cinematográfica que había que mantener, la necesidad de dejar abierto el asombro, tener la apertura mental para aceptar ideas nuevas. A ese nivel el desafío era grande. Después sí: me cansé, perdí doce kilos, perdí más pelo del que ya estaba perdiendo. Pero nada de eso fue lo más difícil. Lo más complicado fue a nivel mental, y también a nivel técnico para una película muy compleja en ese sentido. Y no se nota. Cuando la ves, no te das cuenta. Simplemente la vivís. Pero la película tiene fondos que se filmaron en los Andes, con cosas que se filmaron en España, mezcladas con cosas que se filmaban en estudio, con insertos que hizo una tercera unidad en el parking.
Parte del equipo de La sociedad de la nieve
¿Cuál era tu vínculo con la historia real antes de la película? A diferencia de Bayona o el resto del equipo extranjero, como uruguayo imagino que la Tragedia de los Andes no era algo nuevo o poco transitado para vos.
Yo había leído ¡Viven! de muy chico, que es tremendo, pero consideraba que nunca se había hecho bien en cine. A mí ¡Viven! la película me gustó, pero recuerdo hasta el día de hoy el grito del público en el cine cuando vio aquel mate revuelto. Y más allá de eso el idioma, y el hecho de que el cine ha cambiado mucho.
Es una película de los 90 que parece de los 80.
Total. Es que es de Frank Marshall, un productor tremendo pero no un director nato. Entonces, siempre consideré que esa historia nunca se había contado bien a nivel narrativa, porque está el documental de Gonzalo Arijón que está increíble y toca otras cuerdas. Después me pasó que cuando me ofrecieron la película a finales del 2020 le comenté a mi suegra, que es de Carrasco, y ella me dijo “ay no, otra vez esa historia”. Y le dije “bueno, Margarita, es una de las historias de supervivencias más importantes del mundo”. Y me dice “sí, pero a mí se me murió mi mejor amigo ahí, cuando tenía 20”. Y ahí me puse en sus zapatos y, claro, yo perdí amigos de joven también y es algo que te pega mucho, te deja una marca para siempre. Por eso de alguna manera terminé entendiendo, ahora al final, esa reunificación que sucedió entre las familias de los que no volvieron y los supervivientes. Esta película dice “mirá, es esto lo que pasó, no hubo héroes, fue una gran tragedia para todos”. Y creo que eso era necesario.
Una de las repercusiones más curiosas que ha generado la película es la reacción de determinados públicos, sobre todo jóvenes, que se han apropiado de los personajes, los actores y la historia en general de una manera muy fuerte. Hay un fandom de La sociedad de la nieve consolidado en las redes sociales. ¿Te imaginabas que podía pasar algo así?
Yo sabía que cuando esta película saliera en Netflix la iba a ver todo el mundo. Ya cuando la estábamos filmando te dabas cuenta. El trailer de la película ya te vuela la cabeza. Y yo pensaba: claro, entrás a Netflix, te mete ese trailer a pantalla completa, y listo, la ves. Pero no me vi venir todo lo demás. El otro día estaba mirando a uno de estos youtubers que toman mate y comentan cosas, y escuchar en el lenguaje más coloquial y joven uruguayo las críticas de la película es culturalmente shockeante. Claro, ellos la viven como propia, y es de ellos, la verdad. Como me dijo Pablo Casacuberta, “a mí haber visto personajes que dicen ‘vamo arriba’ pero filmados como Spielberg ya me voló la mente”.
Se han escrito hasta fanfictions (Ndr: historias ficticias de personajes reales que se publican de manera amateur en plataformas web como Wattpad).
Me encanta. Creo que es un testamento de la capacidad que tiene el cine de excitar o impulsar la imaginación de la gente. La película despierta emociones muy fuertes. No sé cuál es la pulsión particular que tienen quienes hacen cine, pero evidentemente tiene que ver con emocionar. Creo que cuando a vos, de la nada, con una entrada de cine o apretando un botón en Netflix, te regalan una emoción de este calibre, te sentís de alguna manera agradecido. Hoy nuestros sentidos están bajo asalto a tantos niveles que es difícil emocionarse en el mundo moderno.
La luz siempre ha sido tu elemento de trabajo principal, y para cualquier fotógrafo es clave. ¿Cómo fue dominar la luz de la montaña?
Al principio pensé que con la luz, para esta película, tenía que encontrar un camino emocional que fuera interesante, que fuera llevando al espectador, y que ayudara a fortalecer la historia. Pero también pensaba que tenía que hacerlo en un lugar relativamente aburrido: una montaña toda blanca y un fuselaje oscuro, difícil de resolver a nivel de iluminación. Cuando fuimos al Valle de las lágrimas, mucho antes de filmar, en octubre del 2021, me di cuenta de que estaba muy equivocado: aquello tenía mucha más expresividad de lo que pensaba. De repente la luz era re dura, caía a pleno y te partía el medio, porque hay menos oxígeno. Tenía las nubes que se movían constantemente, o un atardecer lavanda, azul, naranja. O el sol asomando detrás de una montaña. Había muchas más posibilidades allí, pero la verdad es que la mayoría de las veces no tenés cómo dominar la montaña. Básicamente la montaña te domina a vos y no tenés forma de inventar nada. Tenés que subirte al tren y que te vaya llevando. Obviamente en ningún momento, por como fuimos criados cinematográficamente con Jota, quisimos hacer algo feo en el sentido más clásico del cine. Siempre hubo cuidado a nivel fotográfico, que las cosas tuvieran volumen, profundidad, expresividad, que comunicaran. Si íbamos a hacer el esfuerzo tan grande de llevar 500 personas a laburar a una montaña, con las cámaras, los lentes, los fierros, no íbamos a capturar lo mundano de la vida. Fuimos a buscar lo extraordinario. Además, para mí la belleza siempre tiene un valor, incluso en medio de lo trágico o lo terrible. Y por eso esta película tenía que ser bella.
Rodaje en la montaña
La película es en parte eso: una tensión entre la belleza absoluta del paisaje y lo terrible que está pasando con los personajes.
Es algo que se plasma en el diálogo que tienen Nando (Parrado) y (Roberto) Canessa cuando están arriba de la montaña. Nando está como viajado y se quiere ir, y Canessa le dice “pero mirá qué lindo todo esto, qué hermoso”. “Sí”, le dice el otro, “la cagada es que estemos muertos”.
En una entrevista con este medio, en 2018, comentaste que una de las cosas que se sufría en este trabajo es la vida en la carretera. ¿Sigue siendo así?
Este trabajo es maravilloso pero tiene un problema muy grande y es que me tengo que alejar de mi familia mucho tiempo. Y esta película fue la más difícil que hice en mi vida, si lo pienso desde ese lugar. Tuve los desafíos más grandes con mi pareja y mis hijas, sufrí mucho y por momentos me costaba concentrarme. Estaba viviendo emociones muy fuertes. La verdad que no sé cómo se hace. Yo cuando estoy filmando entro a una zona que es maravillosa y me encanta, vivo lo que filmo y soy como un niño, intento entender la energía que se está transmitiendo, y a la vez todos los días sufro porque me pierdo las cosas de mis hijas, porque no estoy acompañando a mi mujer con la crianza de las niñas, o con cuidar la casa o todas esas cosas que me reportan mucha satisfacción personal. A la vez, sé que muchos sueñan por estar en la posición que estoy. Ayer me junté con unos amigos fotógrafos, y les decís “loco, ¿ustedes se dan cuenta lo afortunados que somos?”. Porque hay muchísimos fotógrafos, de todo tipo, y hemos podido tener una buena vida, poder pagarnos las cuentas y las cosas que necesitamos para vivir haciendo fotos. O filmando, pero trabajando la fotografía. Yo no me olvido de la suerte que tengo, pero para lograr grandes cosas hay que hacer grandes sacrificios, y eso genera un dilema moral que te compaña siempre y no se resuelve. Porque si abandono lo que soy también le haría mal a mi familia. Quiero que mis hijas crezcan con una figura que ven que persigue sus sueños, que es pasional por lo que hace. Quiero mostrarles que vale la pena.
¿En qué proyectos estás trabajando actualmente?
Ahora no estoy haciendo películas, tengo ofertas interesantes que estoy evaluando… Dirigí hace poco la fotografía de la segunda unidad de la peli de Alien de Fede (Álvarez), Alien: Romulus. No pude hacer la fotografía principal porque estaba con La sociedad de la nieve, pero la película va a estar buenísima. Yo me divertí como un niño, era el sueño de mi vida trabajar con Alien, y cuando llegué me tocó filmar a los monstruos, las escenas de riesgo, ¡todo lo divertido! Pasé bomba. También filme re-shoots para la película de The Flash, para Blue Beetle, y ahora estoy esperando y en el medio haciendo comerciales. Y yendo a ver a mi hija al fútbol, que está en el All Star de soccer del barrio.
Vuelvo al Oscar para terminar: ¿tenés tu favorita para la categoría de Mejor fotografía?
El otro día me preguntaron quiénes iban a estar nominados y les dije los cinco que salieron. El conde, no me creían que fuera a estar. Oppenheimer la vi en el IMAX grande de Los Ángeles, ese en el que dice Nolan que hay que verla. No vi la de Scorsese (Ndr: Los asesinos de la luna), la tengo que ver. Poor Things me parece buenísima, divertidísima, pero estéticamente no me gustó. Entiendo la pieza cinematográfica, Yorgos (Lanthimos) me encanta, la historia también, pero estéticamente no. The zone of interest la fui a ver al cine de Tarantino en 35 mm, y no es una película para ver en 35, porque está hecha en digital y de forma muy rara. Es una película muy buena. Me alegra estar en una competencia con películas tan buenas a nivel intelectual. The zone of interest es muy interesante. Pero tengo una sola favorita que es La sociedad de la nieve y después nada más. Por eso hoy, el día después de las nominaciones, estoy re quemado de no haber entrado (risas). ¡Estábamos tan cerca! ¿Sabés lo difícil que es llegar tan cerca? Nunca estuve tan cerca. También, por otro lado, como me decía mi viejo: “tenés 43 años, no jodas, ya llegaste hasta acá, es espectacular, te quedan años”. Y yo le decía “sí, viejo, te entiendo, ¡pero yo quería mostrarte el Oscar a vos!”. Ahora a los Goya me voy con mi madre. No creo que sea tan fácil ganar tampoco. Voy con cautela. Pero pase lo que pase, vamos a festejar mucho.