Gay Talese, una leyenda viva del llamado Nuevo Periodismo, tiene a sus 92 años una prolífica actividad como escritor, y aunque sigue considerándose un reportero, admite que “no duraría ni un día” en una redacción por su aversión al periodismo a corto plazo.

Acaba de publicar ‘Bartleby y yo’ (Alfaguara) y con ese motivo concede una entrevista a EFE en su casa del exclusivo barrio del Upper East Side de Manhattan, donde recibe impecablemente vestido con traje y corbata. “No por venir ustedes, este es mi atuendo de diario”, especifica, coqueto, antes de colocarse su inseparable sombrero para las fotos.

Talese, de origen italiano y creador junto a Truman Capote, Joan Didion y Norman Mailer de aquel Nuevo Periodismo que hizo furor en los años sesenta y setenta y que se estudió profusamente en las facultades de Comunicación, sigue militando por un periodismo “a fuego lento”, frente al “rápido rápido” que se ha convertido en la norma de la profesión.

“¿Tienes un ‘deadline’ (plazo de entrega)?”, bromea, pues para él el ‘deadline’ es la muerte de la creatividad, siendo un hombre que necesita escribir dos, tres, y hasta cuatro veces un artículo hasta dar con el tono perfecto.

Por paradójico que suene en boca de un periodista, hay dos cosas que detesta: la grabadora y el entrecomillado. Y lo explica: durante su carrera, nunca se ha conformado con la primera respuesta, y le gusta reformular la pregunta una y otra vez hasta dar con lo que quiere; por otro lado, la cita textual significa rendirse a la voz de otra persona, cuando su ‘marca de la casa’ ha sido que en sus artículos se note su propia voz.

Sigue defendiendo a capa y espada un “periodismo con ambiciones artísticas” que vaya más allá de los hechos desnudos pero sin desvirtuarlos, pues asegura que siempre ha respetado la exactitud y ha escrito textos verificables.

En este momento, y sin habérselo preguntado, rememora una agria polémica que tuvo con The Washington Post tras publicar en 2016 ‘El motel del voyeur’, la historia de un pervertido dedicado a espiar las costumbres sexuales ajena y que compró un motel donde fabricó una trampilla desde la que se dedicó a espiar a sus clientes durante décadas, y que relató al escritor su historia en exclusiva.

A Talese no le importaron mucho las acusaciones de complicidad por no haber denunciado al sujeto que le confió sus fechorías durante años -y con quien llegó a espiar en una ocasión-, pero sí queThe Washington Post enviara a un reportero al famoso motel y encontrara graves inexactitudes en el relato de Talese. Todavía le duele, y explica una y otra vez que él nunca inventó nada, ni entonces ni en toda su carrera.

‘Bartleby y yo’, tres Taleses en uno

 

Su última novela es una recopilación de tres libros aparentemente inconexos: una primera parte donde Talese regresa a sus inicios como reportero, cuando se dedicó a retratar a personajes de la trastienda, los eternos subalternos; la segunda, un recuento de cómo construyó aquel largo artículo que tanta fama le dio, ‘Frank Sinatra está resfriado’, más una tercera con la historia desconocida de un médico que reventó su casa con él dentro para no cumplir una sentencia de divorcio.

Talese explica el hilo conductor: todos los que aparecen son “personas sin identidad pública, perfectos desconocidos, además de seres muy solitarios”, y a él siempre le sedujo la idea de ocuparse de lo que llama ‘personajes vírgenes’, por los que el periodismo pasa de largo, para satisfacer así una curiosidad por “entender a las personas que me son diferentes, lo que incluye a todo el mundo”.

Y efectivamente, todos los seres que desfilan por ‘Bartleby y yo’ son casi anónimos, incluso en el artículo dedicado a Sinatra, en el que, como ya es legendario, se dedicó a retratar al cantante sin haber hablado una sola vez con él pero componiendo un cuadro poliédrico hecho de testimonios recogidos entre su hija, sus amigos, sus agentes, representantes o guardaespaldas.

 

Con información de EFE

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