En realidad comenzar la nota con ese término, “de repente”, es un error. Y de hecho, nada de esto es una sorpresa para quien más o menos estuvo atento a los avatares del cine de la vecina orilla: Paredes es parte de lo mejor del sector independiente de esa industria desde hace tiempo, ya sea con sus participaciones delante y detrás de cámaras en las películas del Pampero Cine, como en sus roles más secundarios en títulos de corte más mainstream. Así que el momento que está viviendo tiene lógica.

Por otro lado, acotarla al cine es, de hecho, también un error: es una mujer de teatro y su universo particular es el colectivo Piel de Lava. Allí, desde hace veinte años y junto a sus colaboradoras Pilar Gamboa, Elisa Carricajo y Valeria Correa, le dieron forma a un lenguaje propio que las distinguió en conjunto y las elevó por separado. Además, Paredes ha explorado su rol sobre el escenario en obras por fuera de esa compañía, como el éxito de Las cautivas, de Mariano Tenconi Blanco, que se pudo ver en Montevideo hace algunos años.

Junto con sus compañeras de Piel de Lava, Paredes llega este fin de semana a Montevideo para presentar, en el Teatro Solís, la última obra del grupo: Parlamento, una distopía política que se podrá ver este sábado y domingo a las 20 horas, y para las dos funciones quedan entradas. De eso va la charla que sigue; de eso y de lo que significa haberse consolidado como uno de los rostros más recurrentes del cine argentino, y casi una garantía de calidad para las producciones que la incluyen.

Hoy las carreras personales de cada una se han despegado; ¿qué significa en ese contexto cada obra que hacen juntas con Piel de lava?

En realidad, los recorridos personales nunca estuvieron desatados del grupo, y a la vez pudieron desarrollarse gracias a él. A veces siento que estamos juntas desde hace veinte años porque siempre tuvimos una dinámica flexible: si a alguna le salía algún trabajo por fuera teníamos la capacidad de esperarla, porque además somos amigas. Nos gustaba poder contenernos y a la vez que esto siga siendo el laboratorio o el lugar donde hacemos lo que nos da la gana. Cuando trabajás bajo la dirección de otras personas quizás hay tendencias por las que te llaman, por cosas que ya vieron, y, en ese sentido, en Piel de lava no nos permitimos ir a los lugares donde ya fuimos. Siempre fue esa pareja abierta que nos permitía trabajar con otras personas, y donde afianzamos un lenguaje propio. A partir de la obra Petróleo (2018) logramos más visibilidad y otro caudal de público, y ahí empezamos a priorizar más el grupo. Empezó a ser por primera vez una fuente de trabajo y dinero. Con Petróleo se ganó otro lugar en nuestras agendas.

Petróleo fue un hito para el grupo. ¿La flor, la película de Mariano Llinás que protagonizaron las cuatro, fue otro?

Sí. También. Estrenamos la retrospectiva que incluía a Petróleo en el mismo año que se estrenó La flor. Para nosotras ese 2018 fue clave, nos permitió mirar nuestro trabajo como actrices diez años para atrás, con una convocatoria de público que nos sorprendió. Se agotaron las entradas y vimos ese fenómeno sorprendidas, contentas, y encima después llegó La flor. Fueron procesos muy largos, de muchos años, y de golpe vieron la luz en el mismo mes.

Difusión

Las Piel de lava, de izquierda a derecha: Valeria Correa, Elisa Carricajo, Laura Paredes y Pilar Gamboa

¿Hay una concepción del teatro que las una particularmente, una suerte de concepto que refleje el sentir de Piel de Lava frente al acto de pararse en un escenario?

Hay algo que pasa entre el público y Piel de Lava que a veces se lo adjudico a cierta potencia de lo grupal. Me cuesta ponerlo en palabras, pero es como si la gente se acercara por el atractivo de ver a cuatro actrices que están hace muchos años juntas, que tienen una confianza particular arriba del escenario. Un grupo en escena es una especie de máquina que funciona distinto a una obra hecha por actores que no son una compañía. Quizás es un hilo muy invisible, pero hay algo en esa dinámica que es el gran atractivo de nuestras obras. Es una química o chispazo que se desprende de todos estos años de trabajo.

¿Qué lugar ocupa Parlamento dentro de la historia del grupo?

Después de Petróleo teníamos que ver cómo seguíamos. Es una obra que la seguimos haciendo, que sigue muy viva y todavía tiene público, así que era difícil, pero recibimos la invitación de un lugar en Buenos Aires que se llama ArtHouse, donde nos ofrecían una residencia para una investigación de dos meses sobre un mundo que nos interesara. Ahí apareció Parlamento. Quisimos investigar ese espacio, y terminó deviniendo en esta obra. Nos encanta, todavía es muy nueva, la estamos descubriendo y entendiendo. Queríamos llevar a escena dinámicas, procedimientos y formas performáticas que son propias de la política contemporánea.

Difusión

Parlamento, de Piel de Lava

En el grupo todas trabajan de forma colaborativa en los procesos artísticos. ¿Qué pasa con la escritura? ¿Cómo es el desdoblamiento entre ese rol y la actuación?

Nosotras nos conocimos en un taller de formación actoral, y a todas nos gustaba escribir y dirigir, y por eso apareció la voluntad de armar Piel de Lava. Pero en realidad, las obras aparecen cuando surge la imagen que tiene que ver con los cuerpos en escena. A partir de eso trabajamos en base a nuestros oficios como escritoras. Después me pasa algo curioso: cuando veo las cosas que escribo por fuera de Piel de Lava, sean obras de teatro o guiones, no me recuerdan a lo que escribo para el grupo. Los proyectos de Piel de Lava tienen un lenguaje que se basa mucho en que estemos las cuatro escribiendo juntas. Cuando nos separamos, adoptamos estilos que nos pertenecen en solitario. Nuestras obras no se parecen a ninguna de nosotras por separado. Hay procedimientos que hacemos para colectivizarlas, y eso me parece lo más interesante. Lo que surge de Piel de Lava nos necesita a las cuatro.

¿Qué lugar tiene la improvisación para vos como actriz cuando también sos parte de la escritura de esos textos? Pienso, por ejemplo, en el caso de Trenque Lauquen.

Depende de cada proceso. En Trenque Lauquen, por ejemplo, no se improvisaba nada. Muchas veces se halagan sus actuaciones por la idea de que parecen muy livianas, y que eso parece estar cerca de la improvisación, y sin embargo esa zona de la liviandad se construyó a partir del proceso inverso. Ese texto estaba escrito para esos actores, y la frescura creo que se siente por eso. Cuando escribo guiones para el cine, me pasó con Lau (Citarella) o con Dolores (Fonzi) incluso, escribo para los actores de la película. Hay una decisión de construir a partir de cuerpos en concreto. La improvisación a veces pone un poco errática a la actuación, y Trenque Lauquen, como una película que trabajaba los géneros, requería cierta precisión en ese aspecto.

Trenque Lauquen

Siguiendo con esa película, en el último año se convirtió en una especie de emblema de la lucha de un cine argentino que pelea por su existencia y valoración, sobre todo a partir de un informe de la revista francesa Cahiers du Cinéma. ¿Qué significa eso para vos?

Sí, esa portada se convirtió como una especie de símbolo de que, en medio de esa situación de que están dinamitando el cine, había algunas películas argentinas que estaban siendo elegidas como las mejores del año en medios internacionales. Por suerte Trenque Lauquen pudo ayudar a decir “che, esto tiene un valor y lo están aniquilando”. Es un año muy difícil en Argentina para la cultura, no solo por el poco apoyo material concreto, sino porque también hay un ataque simbólico que es igual de terrible. Hay una sensación de ataque constante a la cultura, un discurso de que somos todos una especie de vagos que tenemos la culpa de que a los chicos no les llegue la comida en Formosa. Ese tipo de falacias están haciendo que cualquier ciudadano que no tiene acceso a eso por motivos reales de repente nos tome como enemigos concretos. Es bastante triste tener que estar explicando nuestra solvencia, o dando explicaciones de que no vivimos del Estado, y que lo que recibimos son subsidios de muy poco dinero para nuestras obras. Es un ataque premeditado que empezó hace algunos años y que terminó de aniquilarnos.

Por fuera de esa situación, y a un año de su estreno y de generar la repercusión que generó, ¿con qué sensación te deja hoy Trenque Lauquen?

Fue una producción de seis años. De hecho fue una película que tuvo mucha reescritura, que tuvo mucho montaje, no terminaba de funcionar. La reescribimos, muchas escenas se volvieron a filmar. Para mí es como una doble victoria la aceptación que vino después, porque pasamos muchas etapas complicadas con ella. También teníamos la libertad de poder tomarnos el tiempo necesario para hacerla, y eso sucedía porque no teníamos una estructura de producción particular. Hoy veo algunos planos de la película que me parecen increíbles y recuerdo que fue necesario volver a filmarlos porque no nos servía la luz o cosas así. Creo que la película tiene un nivel de detalle en su estética que tiene que ver con la libertad que tuvimos para producirla. 

Esa libertad se plasma, además, en su propuesta narrativa y estructural.

Sí, hay un punto en que el modo de producción de las obras de arte le hablan también al que mira, aunque sea de una forma indirecta. La forma más artesanal en la que la hicimos es parte del encanto que tiene.

Paredes en Argentina, 1985

En la lista de las últimas películas en las que trabajaste hay títulos de alto perfil para el cine argentino: Argentina, 1985, Los delincuentes, Trenque Lauquen, se puede sumar Blondi también. ¿Sentís que pasaste a ubicarte en otra línea a partir de ellas, que es el momento de mayor exposición de tu carrera?

Es cierto que se constelaron varias películas y obras que de golpe tuvieron mucha visibilidad y aceptación en el público, y por suerte estoy en bastantes de ellas, algo que me sigue sorprendiendo. También siento que es un proceso natural de muchos años de trabajo. Lo pienso y sí: hay algo de lo largo que son estos procesos que incide, hay algo de haber estado haciendo lo mismo ininterrumpidamente durante veinte años que produce este tipo de cosas. Pero lo tomo igual que cuando comencé. Parece demagogia, pero siempre me tomé lo que hacía con una suerte de delicioso sacrificio, con alegría pero sin parar de trabajar. Desde los veinte que no hago otra cosa que no sean obras de teatro, películas, y estoy todo el tiempo pensando en la actividad, tratando de generar sentido y producción. Siento que es el resultado del trabajo en Piel de Lava, del Pampero Cine, de todo eso. Por suerte dediqué mi vida a esto y ahora todo cobra sentido.

En un discurso sobre tus maestros que pronunciaste en el teatro San Martín, mencionabas que Mauricio Kartún te sacó el miedo a la hoja en blanco. ¿Dónde están ahora los miedos vinculados a tu trabajo? ¿Se transmutaron en otra cosa?

Diría que no. Nunca me llevé muy bien con eso de “hay que aprovechar el momento para que suceda tal cosa”. Cada vez que me lo dije, no me salió. Cuando pienso que algo que me está pasando es un trampolín para llegar a otra cosa, en general la vida me retacea. Así que trato de no verlo en esos términos. Pienso más en que es un resultado, que un posicionamiento para otra cosa. Últimamente vengo reflexionando sobre eso: qué información me da todo lo que está pasando en mi carrera, y siento que es completamente lo opuesto. Es un sentimiento de alegría por el camino que tomé, un impulso más retrospectivo que la idea de que ahora tengo que ir para algún lado. Eso sí me generaría miedo. Pensar en lo que viene. Y entiendo que este trabajo tiene momentos más visibles y otros donde uno se encierra a trabajar; tiene que ver con cómo tomás este camino tan errante que es la actuación. Por ahí sí nunca me sentí muy cómoda con la idea de ser actriz, y eso se relacionaba con el pánico que le tenía a la idea de que me tuvieran que llamar para tener trabajo. Por suerte cuando me formé a finales de los 90 mis maestros, Rafael Spregelburd entre otros, me decían: “nadie te va a llamar, hacé tus propias obras”. Ese mandato de independencia me sacó fácil de la idea de la actriz. Ser directora, escribir y tener un grupo me amparaba de esa zona horrorosa que significaba esperar un llamado para conseguir trabajo. Y me daba el poder de hacer mi propia producción de sentido, de obra y de belleza.

Hablando del teatro, entre tus éxitos recientes también está Las cautivas, de Mariano Tenconi, que la vio hasta Pedro Almodóvar en una función en España.

Sí, eso fue un broche final increíble. Sabíamos que podía ir, porque un amigo nos había comentado, pero yo había pedido que no me avisaran porque tenía miedo de hacer furcios. Realmente siento que pocas personas me podrían poner más nerviosa, al punto de estar muy imprecisa en la función. Él estaba, no me habían dicho nada, pero entró el jefe de sala para avisarnos que en cinco minutos arrancábamos y me dice ‘está Almodóvar’. Al final estuvo buenísimo saberlo, porque terminó siendo una especie de regalo poder actuar frente a él, ofrendarle un poco de lo que hago. Las cautivas fue un aprendizaje absoluto, además, porque tuve que actuar más desde el histrionismo o desde el grotesco, y sin perder por eso sensibilidad. Teníamos que hacer reír desde ahí y emocionar.

En la última película de Mariano Llinás, Clorindo Testa, hay una escena en la que vos discutís con él sobre, justamente, el enfoque de su última película. (Ndr: Llinás y Paredes son pareja desde hace varios años). En el día a día, ¿cómo son los diálogos en torno a las obras respectivas entre él y vos? ¿Cómo es esa retroalimentación?

Es gracioso porque esa escena está obviamente escrita por él, yo estoy actuando y se nota, es una suerte de chiste, parte de algo controlado y contenido. Pero en algún punto refleja algo que siento, y es que con Mariano me pasa que soy la espectadora más maldita, y él lo es también conmigo. Soy muy hija de puta, pero por amor. Siempre trato de pensar qué es lo que no le va a gustar a quien vea su película, o qué sería fácil de atacar. Tengo una mirada muy paranoica sobre su trabajo, entonces ocupé ese rol en Clorindo Testa porque soy así. ¡Y él también! Él ha venido a ensayos míos a decirme cosas tremendas. Me ha dado devoluciones frente a otros porque tenemos esa confianza, y después me pregunta si no me quedé muy mal. Y no, necesito que sobre todo él sea la persona que me diga la verdad de lo que ve. Somos muy descarnados el uno con el otro desde que estamos juntos, incluso desde que éramos amigos. Siempre estuvo esa confianza que tiene que ver con la admiración. Siento que le puedo decir cosas terribles porque estoy pensando en la obra y él seguramente va a compartir.

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