Corría mayo de 2009 cuando en medio de una profusa cobertura mediática, el FBI anunció la detención de James Cromitie, Laguerre Payen, David Williams y Onta Williams. Horas más tarde, la fiscalía federal del Distrito Sur de Nueva York informaba que estaban acusados de terrorismo. Meses después, “los cuatro de Newburgh”, como los denominaron los medios estadounidenses, eran condenados a 25 de prisión cada uno.

De nada sirvieron las explicaciones de los cuatro acusados, que desde el principio alegaron haber sido engañados. Trece años después, en julio del año pasado, la historia, que parecía cerrada, tuvo un giro sorpresivo. El Tribunal Federal del Distrito de Manhattan ordenó la liberación de Payen y de los dos Williams. La semana pasada, el “cerebro” del grupo también recuperó la libertad.

La jueza Colleen McMahon, integrante del tribunal que ordenó las liberaciones, dio por probado que los cuatro hombres efectivamente habían sido engañados por un informante de la agencia federal, que la magistrada definió como “muy desagradable”, en el marco de una “conspiración orquestada por el FBI”.

La sentencia, aunque no revocó la condena, dio por cumplida la pena y, al igual que en el caso de los liberados en julio, determinó la “liberación compasiva” de Cromitie.

Calificando el caso de “notorio”, McMahon destacó en la sentencia que “ninguno de los crímenes que sustentaron las condenas habían sido obra de los acusados”. El FBI y la fiscalía federal para el Distrito Sur de Nueva York prefirieron guardar silencio. Es lógico. La sentencia de McMahon causó indignación y una avalancha de críticas.

¿Cómo fue que “los cuatro de Newburgh” fueron a dar a la cárcel? Cromitie, a quien la sentencia describe como “desempleado y arruinado”, fue contactado y reclutado por Shahed Hussain, el informante del FBI, cuya tarea era infiltrarse en mezquitas del norte del estado de Nueva York con la orden de identificar a potenciales terroristas.

Cromitie, tal vez furioso por su pobre destino, finalmente aceptó la propuesta de Hussain, que poco después ganaría notoriedad como propietario de una empresa de alquiler de limusinas.

El primer contacto de Hussain con Cromitie fue en una playa de estacionamiento de una mezquita. El “muy desagradable” y “villano” informante, según lo describe la sentencia, “fingió” ser un terrorista y le propuso un plan: atacar una base de la Fuerza Aérea y sitios judíos en el Bronx.

Para convencerlo, lo cortejó con promesas de recompensas celestiales, además de una muy terrenal: US$ 250.000 si planificaba y participaba en la “misión yihadista” y “encontraba a otros para participar en ella”, explica la sentencia.

“Estafador y traficante de poca monta sin antecedentes de violencia”, según la descripción de la jueza, Hussain, cuyo paradero se desconoce, le explicó a Cromitie que el plan consistía en disparar misiles Stinger contra aviones militares en la Base de la Fuerza Aérea Stewart, cerca de Newburgh, y colocar bombas en una sinagoga y un centro comunitario judío en la sección Riverdale del Bronx.

Después de dudar durante meses, Cromitie terminó aceptando y reclutó a tres conocidos, tan desclasados y llenos de furia como él: Payen y los dos Williams. Los tres debían actuar como vigías “mientras él plantaba las bombas fabricadas por el FBI”, explica la sentencia.

“El FBI inventó la conspiración, identificó los objetivos y fabricó las bombas”, dijo la jueza McMahon. No sólo eso. Para garantizarse que el supuesto complot recayera en el fuero federal y se lograran largas condenas, el FBI pidió a Hussein que Cromitie y los reclutados concurrieran a una casa en el estado de Connecticut para “ver las ‘bombas”.

El encuentro de los “los cuatro de Newburgh” fue documentado por el FBI. Días más tarde, los hombres fueron arrestados en el Bronx y presentados como el resultado de una exitosa operación contra el terrorismo islamita.

Durante el juicio, Cromitie fue retratado por la fiscalía y los agentes del FBI como un actor clave del supuesto complot. “Los tres hombres fueron reclutados para que Cromitie pudiera conspirar con alguien y de esta forma federalizar el caso y darles sustento a los cargos por terrorismo. El verdadero y principal conspirador fue Estados Unidos”, concluyó McMohan.

Durante las audiencias, y pese a la evidencia del complot urdido por el FBI, la fiscalía se opuso a la liberación de los cuatro hombres.

“El tiempo que pasaron en prisión fue más que suficiente para promover el respeto a la ley”, dijo la magistrada, antes de añadir que “lo que socavó el respeto fue enviar a un villano como Hussain a buscar entre los hombres más pobres y débiles supuestos terroristas que podrían resultar susceptibles a una oferta de dinero en efectivo que les era muy necesario a cambio de cometer un delito falso”.

Hussain, por las dudas, puso distancia desde hace tiempo. Según se desprende del expediente viviría en Pakistán. Su hijo Naum, sin embargo, no tuvo tanta suerte. Fue declarado culpable de homicidio involuntario en segundo grado y sentenciado a una condena de entre cinco y 15 de prisión en una cárcel federal. El motivo: el alquiler de una limusina defectuosa que provocó en 2018 la muerte de 20 personas que iban a una fiesta.

 

(Con información de agencias)

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