Guardianes del sistema montañoso costero más alto del mundo, los indígenas arhuacos viven desde hace siglos en “armonía” con la Sierra Nevada de Santa Marta, en la vertiente meridional del cordón montañoso ubicado en el norte de Colombia.

Los cuatro grandes poblados arhuacos, Nabusímake, Sabana Crespo, Simonorma y Yeunía, están situados en lo más alto de las montañas y sus habitantes trabajan y creen existir como pueblo para proteger el corazón del planeta y, con ello, a la humanidad.

Por su carácter inspirador frente al cambio climático, Calixto Suarez, representante arhuaco, acudió a la COP28 en nombre de su pueblo para recoger el Premio Ágora por el Clima. “Es tiempo de unirse y hacer la paz”, dijo el líder indígena en esa oportunidad.

Desde el siglo III, los arhuacos, descendientes de los taironas, habitan estas montañas sagradas en una estrecha relación con la naturaleza. Escalan los cerros para buscar la paja con la que techan sus casas de barro, crían y esquilan ovejas para realizar sus tejidos tradicionales y mantienen pequeñas huertas para cultivar sus propios alimentos.

Hoy, la comunidad ha perdido buena parte de su territorio original, que se extendía mucho más allá de los actuales límites de resguardo y comprendía varios de sus sitios sagrados, a los cuales sin embargo siguen acudiendo para hacer sus ofrendas.

“Aunque es un estilo de vida difícil de replicar en las grandes ciudades, el mundo sería otro si siguiera al pie de la letra nuestras máximas”, sostiene Leonor Zalabata, primera indígena en representar a Colombia en Naciones Unidas (ONU).

“La humanidad tiene que ser humanidad al pie de la naturaleza. Los dirigentes del mundo tienen que conocer la naturaleza; pero parece que no la conocen, o solamente la conocen en la historia y en la academia”, dice Zalabata. “Hay que pasar ya del discurso a la práctica”, agrega la mujer, antes de regresar a Nueva York.

Reconocido por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) como patrimonio inmaterial de la humanidad, el “sistema de pensamiento” compartido por los arhuacos y sus pueblos vecinos en la Sierra prioriza lo colectivo.

“Nuestra manera de pensar es que la vida colectiva está en todos los espacios, en la humanidad. Sin embargo, la mentalidad que hemos creado es que somos dueños de lo individual y lo individual nos hace abandonar lo colectivo”, reprocha Zalabata al pensamiento occidental.

Mientras teje en su jardín una de las tradicionales bolsas arhuacas, la líder Seydin Aty Rosado dice sentirse conectada con “todas las mujeres del mundo”.  Según su forma de ver el mundo, hay un solo hombre y una sola mujer. “Por eso, lo que le pasa a un hombre o a una mujer, esté donde esté, le pasa a todos”, explica Rosado.

Mientras se inspira en el trueno y en las montañas que la rodean para decorar sus tejidos, la mujer explica que los arhuacos no están “solos ni separados de los otros seres humanos, ni de los animales, ni de nada de lo que existe en la Tierra”, enfatiza.

La embajadora Zalabata no cree que haya “seres inertes”. Para esta pequeña comunidad censada en unos 30.000 miembros, “los seres inertes son parte de nosotros, hacen parte de un colectivo que mantiene un equilibrio de la naturaleza”, afirma.

Su hijo, Arukin Torres, cita algunos ejemplos: “Los lugares donde hay bosques, donde hay agua, los ríos y los nevados, son para nosotros sagrados. Espacios de vida que debemos conservar para garantizar el futuro de nuestros hijos”.

Zalabata afirma que incluso los minerales merecen consideración: “Una piedra conserva el clima, conserva el ambiente de un lugar y debe ser sagrado respetarle a cada piedra su lugar”, sostiene.

En las aldeas de los arhuacos, en los valles altos de los ríos Piedras, San Sebastián de Rábago, Chichicua, Ariguaní y Guatapurí, un área reconocida por el Estado colombiano como resguardo indígena de propiedad colectiva, no es extraño encontrar teléfonos celulares.

A pesar de conservar su vestimenta típica, creencias ancestrales y la costumbre de mascar hojas de coca, estos indígenas no se cierran al mundo occidental. Usan relojes y tienen energía eléctrica en sus chozas comunales con paneles solares. Aprenden español desde niños y algunas familias envían a sus hijos a estudiar a universidades públicas en ciudades vecinas.

Sus habitantes apuestan por un balance entre elementos opuestos. “Para nuestra cosmovisión la creación del mundo se dio mediante la construcción entre el frío y el calor, el invierno y el verano. Pensamos y creemos que la vida es posible, siempre y cuando haya un equilibrio. Si hay desequilibrio ahí, entonces ya no es posible la vida”, dice Torres.

Por lo pronto, no es poco lo que han conseguido los arhuacos. Si visión del mundo les ha permitido sobrevivir a la violencia colonizadora, pero también al conflicto interno que azota a Colombia desde hace décadas. También a la expropiación de tierras a mediados del siglo XX, que gracias a la movilización del pueblo les fueron devueltas.

Tal vez en la combinación de tradición y modernidad para proteger a la tierra resida parte de la fuerza de los arhuacos. “Por eso nuestra insistencia en que no podemos alterar más el medio ambiente”, concluye Torres.

(Con información de AFP)

Exit mobile version